Este film forma parte de un reducido conjunto: el de las películas donde la tecnología de 3D y pantalla gigante (en la Argentina, desgraciadamente, sólo hay una sala de exhibición IMAX) son tomados como elementos dramáticos, y no sólo como aditamentos espectaculares a la trama. La mayoría de las películas “3D” son en realidad “2D” convertidas, lo que no sucede con “Avatar”, “Gravedad”, “Misión rescate” o este film. Por otro lado, es interesante que no se trata de una fantasía como las otras películas mencionadas, sino de la reconstrucción de un hecho real, el paseo repetido de un equilibrista francés entre las dos Torres Gemelas neoyorquinas. Como en todas las películas de Zemeckis, todo confluye en una sola secuencia de pura acción física donde las diferentes tramas se anudan. De hecho la película, que tiene su humor y sus juegos con el espectador (cosas que caen hacia nuestros ojos, peleas contra el tiempo, momentos de puro ingenio), parece un catálogo de toda la obra previa de un director que en los últimos años no parecía dar en el clavo. Aquí lo hace, y aunque no logra un gran film del todo, sí nos pone realmente en la situación de ser otro, de estar a menos de un milímetro del desastre total, así como alguna vez nos puso a menos de un milisegundo de la pérdida absoluta. Lo más molesto del film (y tampoco tanto) es el falso francesismo de Joseph Gordon-Levitt, quien, cuando tiene que actuar con todo el cuerpo, lo logra y borra cualquier exceso histriónico posterior. Quizás con los años se vuelva un clásico, por ahora es un agradable “veremos”.