La caminata
Phillipe Petit es un funámbulo francés mundialmente famoso debido a su obsesión por cruzar caminando un cable, haciendo equilibrio a gran altura, en lugares famosos. Su verdadero reconocimiento ocurrió cuando luego de años de soñarlo, subió a las Torres gemelas del World Trade Center en Nueva York para caminar por un alambre entre ambas. Desde antes de empezar a construirse, esos dos edificios fueron su pasión. Acerca de esa historia se hizo un documental llamado (2008) ganador del Oscar. Ahora, catorce años después de la destrucción de las Torres en un atentado terrorista, llega una película de ficción que cuenta el desafío de Petit. Para quienes no conozcan los hechos ocurridos en 1974 ni por las noticias ni por el documental, la película será todo sorpresa, y aconsejo no averigüen nada hasta después de verla. Petit está interpretado en el film por Joseph Gordon Lewis, un actor muy versátil que da el físico para el papel, pero que fuerza su acento francés de forma artificial y cada vez que habla, distrae. Lo mismo para el cirquero sabio que interpreta Ben Kingsley. La película no sabe bien con encontrar el rumbo para su esperado clímax en las las Torres. A los tumbos avanza como puede y el gran director Robert Zemeckis parece muy incómodo con el relato, no del todo convencido. De Zemeckis lo más reconocible es su pasión por las proezas tecnológicas que ya le hemos visto hacer en Volver al futuro, ¿Quién engañó a Roger Rabbit? y Forrest Gump, entre otras. El espectador distraído tal vez no entienda que más de la mitad de la película transcurre en lo alto de dos edificios que ya no existen. Todo lo malo de la primera mitad de En la cuerda floja se va acomodando en la segunda parte, aunque hay algunas imperfecciones técnicas con la figura del actor que estorban un poco el altísimo nivel técnico de todo. Digamos que los efectos son casi perfectos, a diferencia de la reciente Everest donde eran completamente perfecto en su manera de que todo lo importante del film ocurra en un espacio hecho en postproducción. Tal vez Zemeckis está más impresionado por las posibilidades del cine que por las andanzas de Petit, y creo que por momentos se nota. Es más amor por la imagen que otra cosa. La emoción, de todas maneras, la otorgan las Torres, que vuelven a elevarse una vez más y que, gracias a dos artistas, no son olvidadas. Una vez vista la película, vean Man On Wire, y sumen a un artista más. Si acaso Petit logró que las Torres gemelas cobren una humanidad que la opinión pública no les daba, el documentalista James Marsh ya sabía que fue su desaparición lo que le otorgó a la historia un elemento extra. Robert Zemeckis, de forma ya mucho más clara, homenajea a aquel símbolo de Nueva York, y representante de la inestabilidad del mundo del presente. El final de En la cuerda floja es genuinamente emocionante.