Un guión que nació como una secuela de Se7en: Pecados Capitales, pasó por muchas rescrituras y terminó convirtiéndose en un duelo mental entre Anthony Hopkins y Colin Farrell que deja víctimas en el camino (y en las butacas) en la primera película en inglés del brasilero Afonso Poyart.
Varios asesinatos con el mismo modus operandi tienen desorientados a los investigadores del FBI. Joe (Jeffrey Dean Morgan) y Katherine (Abbie Cornish) recurren a un viejo que vive en una casa alejada de todo. Éste es John (Anthony Hopkins), un antiguo amigo y colega de Joe que lo ayudó en el pasado en varias operaciones del FBI usando unas extrañas “habilidades” que podrían considerarse visiones, o intuiciones. El caso le interesa lo suficiente como para salir del retiro y volver a incorporarse en las investigaciones y poder proporcionar algún tipo de ayuda al caso (aunque, una vez conocido el alcance de sus habilidades más a fondo, uno se pregunta cómo no lo contrataron full time para resolver todos los casos de todos los departamentos, pero bueno).
La película es un “greatest hits” de elementos utilizados en otras películas del género como Se7en de David Fincher, The Dead Zone de David Cronenberg, o incluso otras no tan buenas como Next, de Lee Tamahori con Nicolas Cage estrenada hace algunos años. La incorporación de un elemento sobrenatural la aleja de lo que podría considerarse un policial común y corriente, pero más que generar intriga y potenciales situaciones originales, confunde. La torpe dirección de Afonso Poyart, tampoco ayuda: estilos musicales tan diferentes que desconcentran, una edición inentendible para las pocas escenas de acción y un movimiento constante de la cámara que parece manejada por camarógrafos que no soportan el peso de los equipos. Los únicos momentos que tienen algo visualmente interesante son aquellos donde se muestran las “visiones” (a futuro, o a pasado, o eventos alternativos), que en general son apenas fragmentos de escenas finales de la película, pero otras tienen una naturaleza surrealista que son muy efectivas.
Lo que podría haber sido un thriller de suspenso que toca temas más profundos sobre la existencia y la muerte termina sin convencer, especialmente porque las piezas que inicialmente se presentan para resolver el rompecabezas no tienen las formas bien definidas para que nosotros podamos armarlo, ya que los poderes sobrenaturales que tiene el personaje de Anthony Hopkins no están bien establecidos: ¿cuál es su alcance y cuáles son sus limitaciones? ¿ve la historia completa de una persona o un objeto, o solo un fragmento? ¿Puede ver infinitas posibilidades a la vez como se muestra en varios momentos?. Estas reglas no establecidas de un elemento esencial para la trama nunca son exploradas y, como resultado, lo que termina sucediendo es que uno pierda el interés. Ni siquiera hay suficiente de Colin Farrell para que haga algo memorable en la pantalla.
En La Mente del Asesino (“Solace” en su título original) intenta ser algo más que un misterio de asesinos seriales y explora ideas sobre la muerte, las enfermedades y el sufrimiento, pero lo hace en el contexto de un policial pobre, sin grandes momentos de suspenso ni resoluciones satisfactorias, envuelto en una maraña de elementos sobrenaturales que no potencia la historia ni los personajes. Por suerte, Anthony Hopkins parece hacer maravillas con cualquier cosa que le dan para actuar, y es sin dudas lo mejor de la película.