La piedad del asesino
Las historias policiales que implican la búsqueda de asesinos en serie siempre fueron una apuesta segura en el cine del género y aún hoy, hasta las más triviales y remañidas, poseen un público cautivo que no tiene problemas en sorprenderse con giros argumentales reiterativos y de poca exigencia intelectual. No obstante, cuando un guión de estas características llega a la mesa de un productor, siempre surge la tentación de convertirlo en algo más interesante -o más comercial desde lo supuestamente innovador, según la óptica-. La base está y se sabe exitosa, ¿se podría mejorar?
Cuando los guionistas de Solace (título original) presentaron el primer script, la productora tenía como objetivo adaptarlo para realizar la secuela de Pecados capitales, aquel thriller impactante en el que Brad Pitt y Morgan Freeman descubren que Kevin Spacey era de cuidado mucho antes de convertirse en el perverso Frank Underwood de la serie House of cards. Pero en medio de la adaptación varias cosas atentaron contra esto, sobre todo el fichaje de Anthony Hopkins que llevó a los productores a retomar la idea original propuesta que poco tenía que ver con la historia del asesino de los pecadores capitales que iba a continuar a modo de secuela.
Y en efecto y de acuerdo a esa propuesta, En la mente del asesino presenta la búsqueda de un criminal muy particular que se adelanta gracias a su don de clarividencia a sus captores obligándolos a recurrir a otro psíquico -antiguo colaborador del FBI- que parece el único capaz de acercarse a la real motivación del homicida. Pero la sorpresa es grande cuando el consultor llega a las primeras conclusiones luego de ser contactado por el propio perseguido, quien demuestra estar muy interesado en que la sangrienta campaña que ha emprendido concluya con la ayuda de los detectives. Y quizá este sea el punto más cercano a una historia como Se7en, en la que el asesino construía una trama con engranajes tan aceitados que le permitía incluir a sus perseguidores como si se tratara de la última pincelada crucial de la obra maestra de un artista consagrado.
No es este un dato que vaya a arruinar el argumento de los desprevenidos porque se plantea casi desde el inicio, pero sí resulta interesante la ejecución de las víctimas de la manera tan piadosa que elige el asesino. Es un buen punto de partida para llegar a que se replantee la propia idea del espectador sobre el significado de muerte digna, el derecho sobre la vida propia aún estando afectado en ciertas decisiones, o sobre la manera en que cada uno elige morir aún a sabiendas del sufrimiento inminente de una horrenda agonía. Incluso en uno de los casos la historia se mete en otro tipo de conflictos que intentan abrir una suerte de sub-debate sobre sexualidad culposa y las implicancias de no hacerse cargo, entre otras cosas por demás sabrosas para el intercambio de ideas. Son detalles que enriquecen una historia que no escapa por otra parte del esquema convencional ni parece pretenderlo.
Siendo este el eje fundamental sobre el que se plantea la discusión, En la mente del asesino no deja de ser un recreo visual lleno de imágenes que ilustran estas premoniciones que tanto el asesino como su cazador tienen a modo de recurso. Las objeciones en los miembros “no creyentes” del equipo duran poco y se rinden ante la evidencia del resultado eficiente de lo expresado por el personaje de Hopkins, así como de las pistas que deja el asesino interpretado por Colin Farrell. Y hablando de Farrell, si bien su participación aquí es acotada y signada por el misterio, hay que reconocer que esa mirada desafiante que es su signo -y también cruz- resulta muy adecuada para representar a este psicópata de motivaciones no tan convencionales. Lo mismo sucede con Hopkins, quien habiendo confesado recientemente a un colega en un reportaje que no encara un real trabajo de investigación para cada personaje que interpreta y para él cada papel es “sólo un trabajo más”, resulta curioso cómo con sólo una mirada cansina y un rostro ajado puede dotar de tanta sensibilidad a su personificación. Cuesta creer que Sir Hopkins a estas alturas no se reconozca como actor de método y lo que destila en pantalla sea sólo su talento natural al expresarse. Por su parte, Jeffrey Dean Morgan contribuye con poco esfuerzo al igual que su compañera -la blondísima Abbie Cornish- a generar la química necesaria con ambos para darle un sustento identificatorio o empático a la relación que los hace queribles en conjunto.
Sin embargo En la mente de un asesino no deja de ser una película pequeña, un thriller que busca entretener a modo de un videoclip pero con el gran mérito de no pretender convertirse en obra maestra del género ni de tener siquiera una duración que ponga a prueba la comodidad del espectador. No obstante, sería injusto no reconocer la intención de generar controversia aún hasta en su último giro argumental, que puede dejar un gusto amargo pero no exento de polémica y culposa complicidad.