Para haber sido una secuela de la película de culto Se7en que luego mutó en lo que ahora conocemos como Solace, el resultado final del film del brasileño Afonso Poyart es un estilizado y competente thriller policíaco. Tendrá sus peros, mas tiene personajes atractivos, una trama inmersiva y uno de los mejores papeles de Anthony Hopkins en años, gran actor que ha mancillado su carrera con una seguidilla de proyectos paupérrimos.
Sin contar con la violencia explícita ni la oscuridad latente de Los 7 Pecados Capitales, Solace tiene la tan distinguida historia de un asesino en serie suelto, y dos detectives -uno curtido, la otra novata- que lo persiguen a toda costa. Este asesino es totalmente elusivo, y la dupla no tiene mejor idea que traer al ruedo a un renombrado doctor con habilidades paranormales únicas para darle caza. Sí, suena mucho también a la trama de Silence of the Lambs pero, en este caso, el personaje de Hopkins está del lado de los buenos, y tampoco es que es una copia a su enorme Hannibal Lecter. El desembarco de Poyart en Hollywood bebe de esas dos fuentes destacables, pero tanto su detallado ojo visual como el certero guión de Peter Morgan y Sean Bailey eligen enfocar las cosas de manera diferente.
El hilo narrativo es bastante procedimental y las habilidades del personaje de Hopkins ayudan mucho a la búsqueda desesperada del asesino. Durante gran parte del metraje se esconde a dicho maníaco, un siempre correcto Colin Farrell, en las ráfagas de visiones del doctor para luego hacer acto de aparición ya pasada una buena hora, pero cuando aparece raudamente, el duelo interpretativo entre Hopkins y Farrell es innegable. Muy correctos también están Jeffrey Dean Morgan como el amigo y colega del doctor clarividente, y la joven Abbie Cornish como la novata que tiene más de un cruce con el doctor, pero en definitiva hacen una dupla de temer.
Solace es un cliché andante, pero tiene la amabilidad de intercambiar algunos de sus notables preconceptos y entregar alguna que otra sorpresa a la platea. Que dure lo justo y necesario, que plantee algunos dilemas morales en el camino, y que por sobre todas las cosas se deje ver con su estilizado sentido del crimen es más que suficiente para pasar un buen momento en el cine. Y para ver, por supuesto, a un Anthony Hopkins inspirado comiéndose cada escena en la que esté presente.