Nicolás Francella debuta como protagonista en cine con este thriller psicológico que busca subirse a la premisa habitual de Hitchcock de poner a un hombre común y corriente frente a una situación extraordinaria.
En la mira sigue a un empleado de un call center, que parece sentirse cómodo en un trabajo robótico, hasta que se enfrenta con la llamada de un cliente que exige ser dado de baja del servicio inmediatamente y le asegura que le está apuntando con un rifle desde un edificio vecino y va a gatillar si intenta cortar la llamada.
Francella no parece el prototípico telemarketer, aquel oficio que hace un par de décadas, antes de la llegada de las aplicaciones de delivery de comida, era la habitual primera salida laboral de los jóvenes. Axel, su personaje, es un canchero que, a diferencia de sus compañeros, no tiene miedo de hacerle frente a su jefe.
Nicolás interpreta a este picaflor con algunos de los tics actorales de su padre en la etapa cinematográfica seria de Guillermo, como si hubiera tenido la suerte de haber logrado fruncir el ceño con esa convicción sin necesidad de haber pasado antes por un sinfín de bodrios como bañero, exterminator o papá.
El Puma Goity es la voz en el teléfono y cumple bien la función de darle diferentes matices a la furia del cliente que busca la baja del servicio, pero con el tiempo su presencia se vuelve tediosa al no privarse de ninguna observación obvia que anticipa las reacciones posibles del protagonista, al punto de parecer un espectador pesado en la sala que no deja de hacer comentarios sobre lo que pasa en la pantalla.
Una voz en el teléfono
La voz en el teléfono como motor constante del arco narrativo del héroe de la película es un recurso que utilizaron, no hace tanto tiempo, thrillers bastante parecidos en la trama, más allá de los resultados, como Enlace Mortal o Celular.
En esos casos la voz en el teléfono inspiraba a los héroes a ser mejores y salirse de los moldes, pero Axel a duras penas logra alejarse del comportamiento básico del autómata, aunque con el correr de los minutos va perdiendo la calma y entra en un espiral de desesperación, que jamás consigue apartarse del todo del rígido manual que le impone el call center a sus empleados.
En la mira podría haber sido un efectivo thriller clase b de los primeros años de este milenio, pero este debut como directores del productor Ricardo Hornos y el fotógrafo Carlos Gil está demasiado engalanado con su mensaje sobre la deshumanización de un sistema diseñado para transformar en víctimas a los dos victimarios, sin importar de qué lado del mostrador se encuentren en una eterna lucha de pobres contra pobres.
El final llega con una maraña de vueltas de tuerca que termina de hundir la película mientras buscaba darle mayor profundidad. Hornos y Gil terminan remarcando sin mucho sentido el mensaje humanitario de En la mira, después de haber machacado sobre eso durante una charla telefónica de casi una hora y media.