Hansel y Gretel, LAPD
Menos mal: la pareja policial y la pandilla de latinos que hoy nos convocan comparten, de casualidad, una afición por las filmaciones caseras. En la mira evidencia desde el comienzo una intención continua de que veamos la mayoría de las cosas que sucedan desde el punto de vista de los personajes o por la vía de alguna cámara puesta en el escenario. O Policías en acción meets Cámaras de seguridad. Esto termina descuajeringando cualquier posibilidad de seguir con certeza todas las situaciones vertiginosas en las que policías y pandilleros prefirieron no usar trípode, pero quien quiera podrá decir que sintió que estaba ahí mismo cada vez que se armó lío.
Hay planos de rascacielos de Los Angeles hechos desde un helicóptero (curioso, porque todo va a suceder en el liso y llano suburbio) y divertidas diferencias culturales entre la dupla de efectivos, y son meros roces con el policial o la buddy movie: la historia se parece más a un cuento de hadas bastante pesado como para contarle sin rebajar a un nene de hoy en día. Taylor y Zavala van descubriéndose muy puros, idealistas y hasta infantiles para moverse en el circuito de calles y miserias que tienen asignado, y en el sendero que emprenden con ingenuidad siempre hay un personaje dándoles una advertencia sobre lo que podrían cruzarse. Por tozudez o mala pata, los allanamientos espontáneos y aparentemente desconectados entre sí los van adentrando en la mira de cierta gente metida en la trata de personas, cocaína, armas con diamantes incrustados y un pozo lleno de piernas, brazos y cabezas humanas surtidas. Para colmo, la cosa se pone entrañable y parcial: de las fuerzas de la ley llegamos a conocer historias pasadas, sueños y familias en formación, mientras los pandilleros quieren terminar de ganarse el barrio otrora afroamericano y dar el gran salto cumpliendo con el encargo del cartel mexicano que involucra borrar a nuestros héroes, destinando sus ratos de ocio a fiestas de música fuerte y prostitutas bisexuales.
Si bien cae en estereotipos plásticos, esa división ética de aguas no abusa de lo que juzga, sino que su problema es cómo ensambla su solemnidad y firmeza moral de antaño en las formas modernas en las que se quiere vehiculizar: además de toda la incomodidad física para el ojo, y el hecho de que la alternancia entre puntos de vista diegéticos y extradiegéticos se muerde la cola técnicamente, los climas y sensaciones que la película quiere instalar se desintegran automáticamente en el movimiento de las cámaras influidas por los cuerpos, y el montaje demasiado nervioso sobre lo que capturan. Es querer cantar una canción de cuna rapeando la letra sobre una base de Dubstep.