Un “reality movie” de abnegados servidores
El paso que algunos libretistas engolosinados hacen hacia la dirección cinematográfica suele ser traumático la más de las veces. Si le sucedió a un gran escritor de cine como Charlie Kaufman, quien luego de trabajar para otros en ¿Quieres ser John Malkovich? o Eterno resplandor de una mente sin recuerdos asumió la irregular dirección de su ópera prima Sinécdoque New York, ¿por qué no le pasaría a David Ayer, guionista de nombre pero sin la creatividad del otro? Luego de que la oscarizada Día de entrenamiento le diera fama en el oficio, Ayer se dedicó a intentar filmar sus propias historias, siempre en torno del policial. Comenzó con Soldado de ciudad, con Christian Bale; siguió con Dueños de la calle, con Keanu Reeves y Forest Whitaker, y ahora suma la tercera piedra al collar de su carrera con En la mira, protagonizada por Jake Gyllenhaal y Michael Peña. Igual que en las anteriores, ésta mantiene el perfil pro L.A.P.D., es decir, un punto de vista policial para la narración y a Los Angeles como escenario violento y mestizo.
La acción comienza con una persecución automovilística y un alegato en primera persona donde la voz en off da cuenta del carácter implacable de los agentes de la ley. “Si te resistís, yo te golpeo y, aunque sangro y sufro como vos, al final no vas a poder escapar”, es la idea básica que se expone ahí. A continuación, imágenes del oficial Brian filmándose a sí mismo en el vestuario de la comisaría, registrando la vida cotidiana de un policía. El y Miguel, su compañero latino de patrulla, son los chicos divertidos del cuartel, pero también dos hombres de acción, de principios, y un poco inocentes e inconscientes. Brian filma para un proyecto poco claro (tal vez académico) y pretende registrarlo todo. Incluso coloca en su camisa y en la de Miguel dos pequeñas cámaras para grabarse mutuamente. A partir de eso la idea de la película es jugar al reality movie, donde todas las escenas (y el audio) son tomadas de esas cámaras que manipulan sus protagonistas. Pero ya en los primeros minutos todo comienza a volverse estéticamente obtuso. La pretensión pseudodocumental se quiebra, apareciendo en el montaje tomas que mantienen la estética del autorregistro, pero provenientes de cámaras que no existen en la realidad del relato. En la mira muestra con crudeza las dificultades a las que se exponen los oficiales de policía, desde peleas mano a mano y a lo macho con pandilleros hasta el rescate de dos bebés amordazados y atados por sus propios padres (todos negros o latinos, por supuesto).
El siguiente golpe contra su propia lógica ocurre al promediar el film, cuando el director comienza a musicalizar las escenas obviando de nuevo su pretensión de Dogma (¿alguien se acuerda de qué era eso?), en busca de operar sobre la emoción del espectador. Cuando ha pasado no menos de una hora, el film aún no tiene una historia que contar, sino que es apenas la sumatoria de una serie de situaciones policiales (de calle, de cuartel, incluso familiares o íntimas) sin más cohesión que la de incluir a Miguel y Brian como protagonistas. Burda en lo cinematográfico y falsamente biempensante, En la mira se cansa de transgredir su propio verosímil con tiroteos absurdos en donde los héroes parecen invulnerables: cuesta creer que los pandilleros manejen tan mal una ametralladora. Aunque se muestra más interesado por desplegar todos los clichés de la inseguridad en Los Angeles que por destacar el accionar responsable del cuerpo de policía, luego de los títulos finales Ayer ofrenda su película a los caídos en servicio del orden público. Redondea así un trabajo que no parece escrito por un guionista reputado, sino por uno de esos taxistas devotos de Eduardo Feinmann y Radio 10.