Oprimidos, los estamos filmando
La segunda entrega cinematográfica de la saga literaria creada por Suzanne Collins, a cargo de los guionistas Simon Beaufoy y Michael deBruyn, supera a su antecesora en relación a abocarse de lleno a marcar las coordenadas de la política como parte del gran juego de intereses en este distópico escenario esbozado desde los comienzos en Los juegos del hambre.
Tiranos estereotipados y oprimidos arquetípicos en medio del culto a la celebridad del post modernismo son elementos sustanciales que definen la dialéctica entre los grupos antagónicos en esta suerte de lucha de clases pop muy lejos de lo que pregonaba la teoría marxista y su materialismo histórico por cierto pero en la que quedan subrayadas las ideas de poder, miedo y control social en manos de los sectores con acceso a los medios de producción, léase para el caso medios de comunicación.
Si bien la primera película sirvió como puente de presentación de la historia de la heroína perteneciente al distrito pobre, Katniss Everdeen (Jennifer Lawrence), junto a su pareja Peeta Mellark (Josh Hutcherson), sobrevivientes y ganadores de la competencia, la trama en esta ocasión los ubica dentro de las propias esferas del poder desde su lugar de líderes carismáticos y con alta imagen frente al pueblo. Aspecto que es utilizado en beneficio propio por la autoridad máxima del Capitolio, el Presidente Snow (Donald Sutherland), quien organiza una suerte de tour de la victoria por los distintos distritos para promocionar las bondades de la corrección política.
Sin embargo, el mismo pueblo que aclama también reclama mejores condiciones de vida en los distritos ante las políticas de sojuzgamiento. Así, la pareja triunfante se convierte en amenaza para el status quo de los poderosos y las reglas del control social y la expansión del miedo surgen con mayor ferocidad desde un nuevo evento que reúne a los ganadores de antiguos certámenes para que se terminen aniquilando los unos a los otros.
Los resortes del poder además quedan en manos de un nuevo personaje Plutarch Heavensbee (Philip Seymour Hoffman), al que no le tiembla el pulso para inclinar la balanza cuando la imagen de Katniss se transforma en símbolo de resistencia y no de servilismo utilitario como se pretendía.
Podría decirse que el director Francis Lawrence divide el relato en dos mitades con diferencia en ritmo e intensidad, algo que por la extensa y exagerada duración -146 minutos- por momentos le juega en contra a la película en su conjunto pero el equilibrio para la acción y el subtexto de las internas, alianzas y traiciones entre los propios tributos o participantes compensa ciertos desniveles en lo narrativo; encuentra los intersticios para la emoción desde lo dramático con algún atisbo de épica en un ámbito hostil y completamente digitado desde el centro para beneplácito de la periferia.
Lo que prevalece en esta lucha de poderes en definitiva son soslayadamente modelos sociales antagónicos en un escenario pseudoapocalíptico pensado para adolescentes, con una crítica engañosa al mismo sistema que los domestica con productos de esta magnitud, que encajan de maravillas en el cinismo del Hollywood de siempre y que lejos de cambiar gracias a la maquinaria del entretenimiento goza de excelente salud y sin peligro de extinción por mucho tiempo de cara al futuro, colmado de ideas que se reciclan para transformarse en más de lo mismo como por ejemplo esta franquicia fabulesca de gladiadores oprimidos en el circo de los medios de comunicación.