La continuación de “Los juegos del hambre” acentúa la línea argumental de la exitosa parte anterior. Con el eje puesto en temas inevitables en cualquier fábula de aventuras, como el romance, la traición, el coraje o la solidaridad, en este segundo filme se habla de una revolución en estado embrionario. Bajo el mando del nuevo director -Francis Lawrence reemplazó a Gary Ross- en esta segunda parte (ya se están filmando el final desdoblado en dos películas) todo es más grande, desde las tomas que magnifican la arquitectura monumental, hasta los peligros. Y esta vez, además de la saña de sus contrincantes, los participantes tienen que lidiar con ataques de miles de pájaros, rayos, niebla venenosa, cientos de monos asesinos y avalanchas de agua. A esas dificultades se suma que sólo participarán veteranos. Así lo decidió el gobierno del Capitolio: cambiar las reglas con la finalidad de eliminar a Katniss cuando ella se transforma en una esperanza para los oprimidos ciudadanos y, por lo tanto, en un peligro para la poder. Casi una fórmula y nada que no se haya abordado en innumerables guiones, desde el cómic a la tragedia. Sin embargo, el director acertó al darle a esta distopía una magnífica puesta en escena y un clima en el que se advierten desde las señas de George Orwell hasta el “Brazil” de Terry Gillian, aunque, en este caso, desprovisto de su ironía.