Mid90s arranca con dureza. Su operación narrativa es la que podemos encontrar en varias películas cuyo registro independiente formula una idea ritual, es decir, la adquisición de ciertas normas o reglas que muchas veces nos hacen detectar este tipo de películas. Las distancias se marcan en las ejecuciones narrativas cuya biología (sudor, sangre, lágrimas) responden a la reconstrucción de sus criaturas, expuestas a flor de piel y cuyos dramas corroen los huesos. Mid90s no escapa a los mecanismos de este tipo de cine pero sí se abre paso gracias a que el relato, más que abordar de manera superficial y crítica, o nostálgica si se quiere en cada corazón, lo hace con una ternura inusitada, sin caer en el mero mensaje ampuloso y alegórico. Un coming up age preadolescente que no se viste de hormonas disparadas a diestra y siniestra, más bien se beneficia gracias a los lazos entre sus personajes.
Ver Mid90s me retrotrajo a otra película sobre el pasaje de la preadolescencia y toda su fisiología entomológica: Tomboy (2011) de Céline Sciamma. Si bien el film francés centraba su atención en la inestabilidad identitaria en un sentido amplio, erótico y amoroso gracias a la enorme presencia de la raquítica niña protagonista, Mid90s explora casi las mismas dificultades en una etapa donde salir a la vida es tan doloroso como los golpes que reciben sus intérpretes. Tanto en Mid90s como en Tomboy los jóvenes organizan su búsqueda por lo novicio, amén de sus vírgenes intenciones, entre un grupo de preadolescentes o adolescentes huyendo de los conflictos cotidianos. El comportamiento de los seres que pululan en ambos films es errante, hasta libertino por momentos, comandados por adultos que los protegen como pueden del mundo que les tocó vivir. Ningún personaje se comporta de manera maliciosa ya que sus realizadores exponen las heridas abiertas sin propósitos de victimización carnal pero sí de manera reivindicadora.
Tanto Mid90s como Tomboy exhiben lazos particulares entre hermanos: en una, el mayor muele a palos al menor, y la rabia contenida del joven protagonista lo lleva a explorar el mundo de los jóvenes skaters de la década del 90 y así ahogar su intensa frustración; en la segunda la protagonista andrógina es asistida por su hermana pequeña, sostén biológico y emocional para alguien que formula su identidad a base de mentiras. En ambos films los lazos son tratados con una enorme delicadeza, con paciencia y ternura.
Mid90s se sitúa en los no tan lejanos 90, época de oro para el skateboarding en oposición a la realidad actual que vive este deporte: en Estados Unidos apenas quedan un par de pistas fantasmas que bajo la militancia de jóvenes que hacen el aguante se oponen a su pronta extinción. Es por eso que esa decisión temporal esgrime un momento determinado en una cultura anterior a la actual, que ve a los videos juegos como espacio sacro. Jonah Hill toma la fisicidad de este deporte y esgrime una unión inquebrantable con el cambio hormonal, con las heridas emocionales transformadas en raspones, esguinces y caídas de techos a tres metros de altura, condimentadas con drogas o alcohol. Un descontrol a punto de hacer ebullición que dilata el libertinaje adolescente pero que jamás transgrede los límites.
Filmada en 16 mm, el propósito estético de este formato es más intertextual que cinematográfico: el registro alcanzado por la cámara Arriflex 416 Plus se acerca a las imágenes tomadas por las VHS familiares, tan populares en esos años, y si bien no sorprende en su concepción visual al menos no resulta un bagaje meramente caprichoso. Esa formalidad no llama a la nostalgia tan de moda en estos días, más bien otorga una cosmovisión formal donde cada operación (estética, narrativa) hace gala del cuidado en su construcción total.