La última juventud analógica
En la primera escena de Mid90s, Stevie (Sunny Suljic) se mira en un espejo los golpes reconvertidos en sangre condensada y se los toca. Seguramente como el actor y ahora también director Jonah Hill se los miró de pibe (en 1996 tenía trece años como Stevie) y como los tuvo que volver a mirar y a sentir ahora para filmar todo esto; porque es imposible recordar lo que quedó tatuado en el cráneo y no volver a vivirlo. El que le marca el cuerpo es su hermano; el peor del mundo, uno que ni le agradece un regalo de cumpleaños hecho con el amor de la admiración. Aunque su hermano sea un pelotudo, Stevie entra a su habitación y ve un camino, el deseo de crecer y el de forjarse una identidad. Como también lo ve cuando mira desde la vereda de enfrente a sus futuros amigos skaters; actores no profesionales y verdaderos surfeadores de cemento que laburan en un local que vende patinetas y que lo primero que discuten frente a la cámara de Hill es a cuál de sus padres se cogerían si fueran obligados a hacerlo. Diálogo que podría ser parte de una película de la nueva comedia americana en la que Hill hizo su propio coming of age. Pero lo único que Mid90s tiene en común con ese cine que Judd Apatow serializó son unas pocas charlas. Lo de Hill es una mirada mucho más sensible, mucho más comprometida con sus personajes. Los pibes de Mid90s tienen una fragilidad y a la vez una fuerza que las caricaturas de, por ejemplo, Superbad (2007), no tienen ni por asomo.
Todo está filmado en 16 mm. y con una cadencia cercana al vagabundeo de los personajes que recuerda a algunas películas del indie estadounidense de los 90, como Kids (1995), su referencia maldita hecha con espíritu gonzo y de verité por Larry Clark y Harmony Korine. De todos modos, más allá de los pantalones caídos y lo fraternal del skate callejero, no hay nada realmente profundo que las hermane. Lo de Hill, con la música viajera de Trent Reznor y Atticus Ross, pareciera tener más conexión con algo del indie preciosista de Xavier Dolan, pero con más calle y sin profundizar tanto en el drama familiar. Su foco está puesto sobre todo en la iniciación de Stevie en el mundo de los placeres de la vida fuera del hogar materno (“al carajo con mamá”, dirá en el sillón después de que su hermano le lloriquee un trauma). Stevie es un papel en blanco con la sonrisa inocente de Suljic y una mirada de cachorro juguetón. El primer porro, coger con miedo, el primer ollie con el skate, la nostalgia está puesta en eso, en la puesta en escena; el marco está usado como tal, no hay hincapié en la nostalgia berreta. La oda de Hill es a las primeras amistades y a sus personajes. Una foto a la última juventud analógica, que al deseo lo sudaba y lo pateaba sin googlearlo antes, y mientras tal vez se rompía los huesos.