El ya reconocido actor Jonah Hill, con dos nominaciones al Oscar como actor de reparto, en” “El juego de la fortuna (2011) y “El lobo de Wall Street” (2013), toma la decisión de ponerse delante de la hoja en blanco y tras las cámaras en esta película que marca su debut como guionista y director.
No es el primero que produce este salto, ni será el último en la meca del cine. De hecho uno hasta salto más alto y llego a la presidencia del gran país del Norte, otros tuvieron más reconocimiento y respeto como realizador, un claro ejemplo es Clint Eastwood.
El punto es que la elección que tomo el director fue la despegarse lo máximo posible de su lugar de origen como artista, y esa decisión se siente a cada plano que va construyendo una historia que no sólo respira sencillez en la producción.
Tanto se nota que en cada situación que va desarrollando aparece como lo importante no desviarse de esa elección, y eso hasta la pone en un lugar de pretenciosidad a la inversa.
Digamos, tanto se cuida de no estar pegado a Hollywood que se olvida del relato mismo.
Termina por ser un filme demasiado pequeño, que se agota en su qué decir muy rápidamente. Sólo se circunscribe a representar los diseños menos transitados del género, se nota esa intención, se huele, lo realiza con talante digno que se termina de imponer como habitual.
Está más resuelto a no desviarse de la idea directriz que de profundizar en el texto mismo, lo que redunda en que termina por enarbolar lo superfluo, tanto como los años que intenta retratar, sin hacerlo de forma eficaz, sólo eficiente, que parecen sinónimos pero no lo son en este contexto.
El relato se centra Stevie, un chico de 13 años que vive en el Los Ángeles a principio de los años ‘90, pasa el verano pugnando con los problemas de su vida doméstica, un hermano mayor violento, una madre sola que no puede ocuparse, Para distraerse se refugia en un nuevo grupo de amigos que ha conocido en una tienda de skate.
Posiblemente lo mejor del filme sean las actuaciones, tanto su protagonista, Sunny Suljic, como Lucas Hedges y Katherine Waterson en los roles del hermano y la madre respectivamente, que hacen creíbles y ayudan a la progresión del relato, aunque la debilidad del conflicto aparezca como obstáculo, tanto que finalmente no se sabe bien qué quiso decir, lo que termina con sabor a poco en relación a lo que despliega en los primeros minutos de la narración.