AMISTAD, DIVINO TESORO
Cuando uno piensa en Jonah Hill inmediatamente se le aparecen un montón de imágenes salvajes y un humor bestial, propio del tipo que aprendimos a conocer a partir de Supercool y que alcanzó la cima de prestigio -sin perder salvajismo- en la desaforada El lobo de Wall Street de Martin Scorsese. Sin embargo, siempre hubo en sus personajes un trasfondo melancólico, una sensibilidad que era sepultada por un remolino verborrágico que intentaba -tal vez- enmascarar con espíritu bufón algún tipo de dolor o tristeza. El final de Supercool de hecho era de una calidad infrecuente para el resto del relato (gran comedia adolescente, hormonal y festiva), reflexionando con amabilidad a partir de Hill y Michael Cera sobre la amistad, los vínculos masculinos y ese proceso conflictivo que es crecer y dejar atrás cierta inocencia. Esa sensibilidad es la que precisamente estalla en En los 90, ópera prima de Hill en la dirección y un relato sobre infancias quebradas que se convierte en uno de los debuts más notables del cine norteamericano de los últimos años.
Hill cuenta una historia bastante personal. Ambientada, como lo indica su título, en los 90’s, el protagonista es un joven sin padre a la vista, con una madre joven que parece hacer lo que puede y un hermano mayor abusivo que lo golpea constantemente. Lo personal viene del universo que retrata, esas calles de Los Angeles con jóvenes skaters y vidas urbanas atravesadas por cierto existencialismo. Hill recurre a la pantalla cuadrada y a los 16 milímetros, y viste su película de leit-motivs musicales y visuales que cuentan una época y hacen tangible un espíritu adolescente en ebullición. El aspecto de la película es algo sucio, sin caer en sordideces ni miserabilismos, pero que lo vincula estéticamente con directores como Larry Clark o Sean Baker: de hecho, En los 90 puede ser vista como una versión un poco más sentimental de Kids o Proyecto Florida. El protagonista, decíamos, en su intemperie emocional, encontrará en la calle y en un grupo de skaters la contención que necesita, y un núcleo de cercanía que parece darle cierta motivación a su existencia. Esta vida callejera está ilustrada por Hill sin ningún tipo de idealización y mucho menos de moralina, aún mostrando en la película los peligros a los que el joven Stevie se enfrenta (Sunny Suljic, impecable) pero mirándolo siempre como un par y nunca desde la distancia o con cierta superioridad. A Hill no le interesa inscribir su película en los debates televisivos de magazines berretas; lo suyo es el cine imperecedero, que no se agota instantáneamente. Y el registro cercano y cálido de un momento crucial en la vida de un grupo de personajes.
En los 90 es una película potente, que muestra la inteligencia de Hill en diálogos y en imágenes que parece transitar los caminos de las comedias del aquí director y guionista, pero que se filtran sin solemnidad a través del dramatismo y la angustia que el subgénero del coming of age (las películas de crecimiento adolescente) representa: la primera imagen en la que aparecen Stevie y su hermano es un claro ejemplo de todo esto, pero fundamentalmente de cómo arrancar una película con una imagen poderosa y de enorme simbología con el relato y con lo que se contará a continuación. Hill conoce los códigos del subgénero que aborda, pero tiene la personalidad para hacerlo propio y contarlo bajo su mirada. Y en En los 90 se van arremolinando los temas y las ideas: las familias disfuncionales y la necesidad de los grupos de pertenencia, la calle como espacio de vida y los vínculos que allí se gestan, las necesidades de ciertas clases sociales bajas que nunca serán satisfechas, la búsqueda de un futuro y cómo nos puede distanciar de los orígenes, y la amistad, siempre la amistad, que brilla como el tesoro más amado en el notable epílogo de la película. Por todo esto que En los 90 puede ser considerado sin exagerar como el mejor debut tras las cámaras del cine norteamericano de esta década: la película de un director atento, que encuentra la forma adecuada de contar la historia que tiene entre manos, que logra ser personal sin ser autoindulgente, y que parte de elementos autorreferenciales sin dejar de lado la honestidad.