Otra de enamorados
Basada en una novela de Nicholas Sparks, cuenta una historia simplota y llena de lecciones huecas.
Peligro: Nicholas Sparks ataca de nuevo. El exitoso (en términos de ventas) escritor de best sellers nos trae, esta vez como productor, otra adaptación -nada menos que la undécima- de una novela de su autoría. Que no se aparta de su probada fórmula: dramones románticos que buscan tanto emocionar como dejar enseñanzas de vida. Ese cóctel alcanzó su cúspide de taquilla -y, a juzgar por lo que vino después, también de calidad- en 2004 con The Notebook, la película con Ryan Gosling y Rachel McAdams que aquí se llamó Diario de una pasión.
Esta es otra historia de amor entre dos jóvenes bellos (y, en este caso, también ricos). El es un seductor empedernido, alérgico al compromiso, pero tierno: así lo demuestra su pasión por los animales (es veterinario). Ella, estudiante avanzada de medicina, es su nueva vecina, y lo atraerá desafiándolo y resistiendo, al menos al principio, sus habilidades de Don Juan. El flechazo es instantáneo, pero hay un pequeño inconveniente: ella está en pareja.
En realidad, seamos sinceros: no hay mayor conflicto. Todo transcurre bastante apaciblemente, y la mayor parte de la película se parece a uno de esos irritantes muros de Facebook de gente que se muestra feliz a más no poder, rodeada de hermosos niños y mascotas irresistibles, en lugares paradisíacos. Esto último es lo más rescatable del conjunto: las tomas de la ribera de Wilmington (Carolina del Norte) son un remanso.
Un remanso entre tanta historia simplota, tantos deliberados intentos por hacernos lagrimear y tantas lecciones huecas: el guión abunda en frases de sobrecito de azúcar, del estilo de “la vida es una sucesión de pequeñas decisiones”. También hay cierta espiritualidad berreta flotando por ahí, una discutible moraleja provida y antieutanasia y un protagonista (Benjamin Walker) al que hay que agradecerle por los involuntarios momentos cómicos que nos regala en sus infructuosos intentos por llorar.