Este es uno de esos filmes raros, con humor muy sutil, y con una construcción diferente, por momentos hasta parece clásico para luego realizar un giro inesperado y parecer estar contando otra historia que, en definitiva, es la misma que antes, que se resolverá en la tercera historia, cuando finalmente estemos total y de manera absoluta confundidos, o por fin pudimos reconstruir de manera coherente lo narrado y darle una lógica que a simple vista no tiene.
El mayor atractivo está en la presencia de la actriz protagónica, la maravillosa Isabelle Huppert, que interpreta a tres mujeres, las tres llamadas Anne, aunque sin ninguna relación aparente entre sí, salvo que en la trilogía dramática se trata de señoras extranjeras que pasan unos días en un Resort vacacional, y allí interactúan con diversos personajes locales pero que, en realidad, es una actriz famosa filmando una película, la que estamos viendo, o algo así.
Una suerte de rompecabezas donde no todas las piezas están presentes a simple vista, y en el que el director le propone al espectador incluirse en el juego, por momento hasta parece ser por torpeza misma del guionista-realizador quien no supo como redondear su propia fantasía.
Hong Sang-soo, considerado por muchos como el más occidentalizados de los directores coreanos de la actualidad, abordó un proyecto sin que sea ninguna novedad pues ya fue realizado hace 50 años, la de tres historias, de Anne, con la actriz elegida al frente del elenco soportando todo el peso del film, secundada aquí por actores coreanos que construyen interlocutores distintos con mínimo desarrollo de los personajes en las mismas realidades.
Uno de los pocos juegos risueños efectivos que posee se registra al principio, cuando aparece una joven con la firme intención de escribir un guión cinematográfico. De su fantasía surgen alternativamente una mujer solitaria interfiriendo en la vida matrimonial de una joven pareja, por el sólo hecho de ser una estrella de cine, luego sin solución de continuidad, y jugando dentro de los mismos espacios, aparece otra, una dama casada, tal cual Godot, esperando a su amante, y por ultimo una mujer a la que el marido cambio por otra más joven. En cada construcción Isabelle Huppert emplea sutiles cambios en la expresión, pero sobre todo colores diferentes en cada uno de los vestidos que usa.
Todo se termina transformando es actos de excesiva parsimonia y repetición. La actriz francesa es quien atrapa y mantiene atento al espectador, si no estuviese ella otro habría sido el resultado final, por lo menos para los espectadores.