Llegó el día. Programado históricamente por el Bafici y en los últimos años también por el Festival de Mar del Plata, el cine del coreano (obviamente surcoreano) Hong Sang-soo al fin se estrena comercialmente. Y es todo un acontecimiento: Hong es uno de los más importantes directores de cine del presente, uno de los grandes, cuyas películas sólo podían ser vistas en festivales, en tres o cuatro funciones. Si bien es un estreno en pocas salas, el cine de Hong ahora amplía su disponibilidad con su penúltima película: En otro país , presentada en Cannes 2012 (su último film a la fecha -es un cineasta prolífico- es la también excelente Nobody's Daughter Haewon , presentada en Berlín 2013). En otro país es una gran invitación para todos los cinéfilos, incluso para los no acostumbrados a ver cine coreano (obviamente surcoreano): está protagonizada por la francesa Isabelle Huppert y está hablada en su mayor parte en inglés (el lenguaje es uno de sus temas).
Trata de esto, según la sinopsis del pressbook : "Una joven estudiante de cine y su madre huyen a Mohang, una ciudad junto al mar, con la esperanza de eludir a sus acreedores. La joven empieza a escribir un guión para un cortometraje que tiene como protagonistas a tres mujeres llamadas Anne. La primera Anne es una exitosa directora de cine. La segunda es una mujer casada que tiene una aventura con un hombre coreano. La tercera está divorciada del marido, que la dejó por una mujer coreana. Cada una de las tres Anne se aloja en un hotel de Mohang, entabla una amistad con la hija de los dueños y pasea por la playa, donde conoce a un socorrista".
El cine de Hong es resplandeciente, claro, evidente en su capacidad de maravillar: es de una fluidez magistral, de una inteligencia prístina pero nada ostentosa y de una calidez que no negocia jamás con la blandura. En otro país muestra los juegos con la narración, los personajes y los diálogos que se repiten de una historia imaginada a la otra (e imaginada dentro de la imaginada), pero sin convertirse en una relato complicado. El modelo de puesta en abismo al estilo de los guiones de Charlie Kaufman no es el de Hong: aquí no importan los mecanismos a la vista. Hong hace cine moderno de forma relajada, sin preocuparse por exhibir los hilos: no le importa mostrar el edificio narrativo porque sabe construirlo perfectamente, sin que se note esfuerzo alguno. De esa manera puede ofrecernos situaciones, personajes y emociones con conversaciones, acciones y gestos que proveen un ritmo placentero, nunca frenético ni paralizado.
Hong rodea los temas, se acerca y se aleja (visualmente, con esos zooms in y out ), y juega como nadie en el cine contemporáneo el juego del amor en el cine: Hong es un epígono de Eric Rohmer, pero las influencias que tiene el gran director coreano (surcoreano, obviamente) no se exhiben en forma de cita directa.
Hong es uno de esos gigantes del cine que hacen cine como si respiraran, y si muchos de sus personajes son cineastas o guionistas, nunca hay rodajes en sus películas (como observa Sergio Wolf en su excelente artículo del libro sobre Hong recientemente editado por el Bafici). Hong no hace cine para cinéfilos o para cineastas. Es decir, hace cine para ellos porque los incluye en su alcance universal: el amor, los celos, las borracheras, las conversaciones, los encuentros, la comida, los paseos, los cafés, los libros, el mar. Sí, claro que Huppert está genial y que los actores de Hong siempre son perfectos. Pero no estamos en ese nivel, estamos en otro: estamos ante un artista mayúsculo, crucial, fundamental. Si todavía les gusta el cine, seguro que les gusta Hong. Y si ya no les gusta el cine, quizá sea porque no conocen a Hong.