Mirar es un placer
Más allá de que esta es la primera película que se estrena comercialmente en la Argentina del coreano Hong Sang-soo, su nombre es bastante habitual para el público que concurre a festivales de cine en el país: siempre hay un Hong Sang-soo en Mar del Plata, también se lo repasa en el BAFICI. Pero sin dudas que la presencia de Isabelle Huppert es la que obra el milagro para que En otro país llegue finalmente en uno de estos jueves del año. Y no deja de ser una invitación más que provechosa para el que se acerque -para el que nunca lo vio y para el que siempre lo ve-, porque sin ser su mejor producción esta película es casi un resumen de su obra, un compendio de todas sus obsesiones y además un ejercicio cinematográfico muy ligero y ameno, un film placentero de ver que exhibe a su vez el placer que es para este coreano el hecho de filmar.
Se podría decir que Hong Sang-soo es un ejemplo casi único para la cinematografía de su país, al menos de aquello que se conoce en el extranjero y llega a estas costas. Sus películas están bien lejos del habitual cine de género industrial que practican sus coterráneos, pero a su vez también se distancia de la vertiente más ardua e intelectual. Su territorio es el de la comedia, el humor refinado y los ámbitos académicos -siempre hay directores de cine-, pero retratados con absoluta ligereza. En En otro país está lo que siempre está en sus películas: el mar, la playa, el amor enrevesado, las comidas, el alcohol a raudales, la soledad, los diálogos sobre el amor. Y también el trabajo formal que nunca exuda intelectualidad y siempre es funcional al relato y a la comedia: la forma en que utiliza el zoom permite que el plano resalte aquello que es primordial, mientras que los personajes ingresan en sus planos cual personajes del georgiano Otar Iosseliani.
En otro país es, además, una de sus películas más accesibles. Si uno de sus grandes problemas es que sus películas pueden resultar por momentos repetitivas y un tanto extensas para las pequeñas anécdotas que suele abordar, aquí el relato bastante breve (89 minutos) se divide en tres capítulos, que no son más que tres historias pensadas por una joven que en el prólogo espera la llegada de un pariente, y que ayudan a que ese universo de largas charlas y planos extensos no se haga demasiado derivativo. Como en toda su filmografía, Sang-soo deja explícitas sus influencias, desde la nouvelle vague -especialmente Eric Rohmer- hasta el Woody Allen de Manhattan o Annie Hall, pero nunca hace de eso una catedral. Por el contrario, en Sang-soo las influencias son ese universo desde el cual el autor nutre el suyo propio, y siempre con mucha liviandad; nada es demasiado tremendo en sus films. Vale agregar que En otro país imbrica tres relatos que suceden en los mismos escenarios y casi con los mismos personajes, y que las tres historias van teniendo nexos y situaciones que se repiten o que se completan en la otra historia. El recurso es tan sólo una probabilidad del relato y nada demasiado complejo de interpretar: es que para el director el trabajo formal no debe apuntar tanto al intelecto como al espíritu. Y no falla: ver En otro país genera un placer poco habitual en el cine de hoy.