Jacques Rivette lo hacía mejor hace cincuenta años
Hace exactamente medio siglo, David J. Kohon presentaba entre nosotros un conjunto de tres historias llamado "Tres veces Ana", con María Vaner secundada por Luis Medina Castro, Walter Vidarte, Alberto Argibay, Rivera López, y también Lautaro Murúa, Javier Portales y Ovidio Fuentes. Todos jóvenes, y ella joven, hermosa, y con personajes y situaciones muy diferentes entre sí. La fotografía era de Ricardo Aronovich, que terminó haciendo carrera en Paris. Esa obra fue una de las más representativas de la llamada Generación del 60, que había surgido bajo la influencia de la Nouvelle Vague.
Ahora, Hong Sang-soo, según dicen el más afrancesado de los miembros de la Nouvelle Vague coreana, presenta este conjunto de tres historias de otras tantas Anne, con Isabelle Huppert secundada por jóvenes coreanos, con personajes y situaciones muy parecidas entre sí. Primero (hay que aclararlo porque forma parte del chiste), aparece una jovencita dispuesta a escribir un guión para un posible rodaje. Así, de su invención, aparecen sucesivamente una mujer sola acompañando a una pareja que hace su vida, una casada que espera a su amante algo lejano, y una divorciada cuyo marido la dejó por otra. Para cada una, Huppert dispone pequeñas diferencias de expresión y un vestido distinto.
Por suerte está lo del vestido, porque cada Anne va a parar a la misma pensión del mismo pueblo aburrido, y algunas escenas se repiten sin mayor problema. Lo que vemos es un juego entre monocorde y reiterativo de caminatas por la playa, largas charlas generalmente fútiles (salvo alguna excepción), chispazos de enojo inconducente, encuentros de cordialidad superficial, y, por suerte, ocasionales pátinas de risueña sutileza para hablar de la soledad de tres extranjeras con mal de amores. También por suerte, en algún momento cada Anne se cruza con un tipo de buen humor. El mismo tipo.
En resumen, se pasa el rato, no es una película demasiado deplorable, pero parece una calesita sin mayor gracia. Según sus exegetas, el chiste para disfrutarla está en admirarse de los sencillos juegos de simetrías, pérdidas y encuentros, del relato dentro del relato, de la impresión de estudiado déjà vu a lo amateur, de algunos antojadizos movimientos de cámara, y, en ocasiones, del lejano parentesco de Hong Sang-soo con el Jacques Rivette juguetón y superficial de hace también medio siglo (pero lo que el francés desarrollaba entonces era más novedoso).