Tras los trabajos realizados en Contra la pared y Al otro lado, el director alemán de raíces turcas Fatih Akin ha sido reconocido como uno de los cineastas más comprometidos políticamente con los conflictos sociales en su país surgidos a partir de la inmigración y el racismo. Los vejámenes sufridos por la población turca en Alemania están siempre presentes en mayor o menor medida. En pedazos, como es de esperarse, no es la excepción. Estrenada en Cannes en la edición anterior obtuvo el reconocimiento hacia Diane Kruger como la mejor actriz y los Globos de Oro la consideraron como la mejor película de habla extranjera del año.
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Incorporando un acontecimiento tan sensible como actual como lo son los atentados dentro del territorio europeo, Akin se basa en sucesos transcurridos en Colonia, donde la representación del inconsciente colectivo acerca de los terroristas es sustituida por la figura emergente del movimiento neonazi en Alemania.
Un narcotraficante turco recompuesto socialmente -trabaja en una oficina y contrajo familia con su esposa alemana- es masacrado junto a su hijo en la oficina donde trabaja. Las sombras de los difuntos retornarán reiteradamente bajo los espectros registrados en videos en el teléfono de Katja, viuda de esposo e hijo. “En algún momento de la escritura del guión estuve tentado de acercarme más a los neonazis, pero decidí quedarme con las víctimas. Cuando ocurre un atentado en las noticias nos cuentan todo sobre los asesinos, de dónde vienen, quiénes son sus padres, qué tipo de educación han tenido. Sabemos mucho sobre los terroristas, pero muy poco de las víctimas y sus familias” afirma el director. Efectivamente los asesinos en En pedazos son apenas profundizados y el relato se circunscribirá al dolor de una mujer que perdió lo más valioso de su vida y que debe afrontar el duelo para facilitar la aplicación de la justicia para los criminales.
La película se divide en 3 fragmentos, el tercero mucho más breve que los precedentes. En el primero Katja sufre los prejuicios de la policía -dado el pasado criminal de la víctima- quienes conjeturan que Nuri mantenía vínculos con el narcotráfico y relacionan a la mafia turca. El hallazgo de drogas que adquirió Katja luego del siniestro para mitigar su dolor agrava esta sospecha. No solo es el apremio de la policía sino también el racismo pasivo de su propia madre que suscribe a las hipótesis del inspector. También sus suegros -turcos de pura cepa- la culparán de haberlos abandonado y no haber ejercido el rol maternal de proteger a su familia. Katja, sin motivo aparente, cree firmemente que fueron los nazis. La segunda parte, “La justicia”, se ciñe precisamente al proceso judicial una vez encontrado a los culpables. El tercer y último episodio transcurre en Grecia, ante la mirada del Mediterráneo, hacia donde acude Katja para paladear su venganza.
Dado el componente personal que gana la película bajo el ala de Akin y las nobles intenciones de exponer un conflicto racial abominable En pedazos tiene todos los atributos para erigirse como un fuerte filme de denuncia, susceptible de sobrecoger al espectador ante una historia tan desgarradora. “Tuve un jefe que era nazi, de adolescente me enamoré de una chica alemana que no me quería porque era turco y a los 15 años unos skin-head me dieron una paliza en el metro” revela Akin sus experiencias sobre la discriminación racial. ¿Puede entonces objetársele cosas a la película? ¿Puede ser puesta en duda sin que por eso el emisor de esta crítica sea automáticamente ganado por la frivolidad de no juzgar el costado humano del discurso del filme y sí su forma o tratamiento? ¿Puede alguien compadecerse de las experiencias sufridas por ese sector social, suscribir ideológicamente a esa lucha contra el nazismo new age y sin embargo no infundir en halagos a la película? En pedazos es una película objetable desde todo punto de vista por el mero hecho que sus decisiones formales repercuten -y debilitan- el contenido representativo e ideológico de la trama.
La alusión a estos hechos lamentables y la administración de la información para conformar un thriller de riesgo devenido en un drama judicial quedan dispersos ante la necesidad del realizador de querer decir todo lo que piensa en letras mayúsculas en cada plano. La lluvia más que simbolizar el estado de ánimo del personaje y la decadencia del mundo que la rodea es una literalización mundana que embarra cualquier atisbo poético o sensible de abordar la problemática. La recurrencia al primer plano -fotogénico- de Katja llorando y gimiendo son muestras débiles de querer sobreimprimir el estado decadente del Sistema en ella en lugar de esmerarse en ideas visuales que puedan corporizarlo de otra manera. Durante el pasaje en que se mencionan los síntomas físicos que sufrió su hijo en el momento de la explotación, el cineasta recurre a una lentilla partida (que sirve para poner en foco un elemento muy cercano a cámara con otro muy lejano, a lo Ciudadano Kane) para unificar innecesariamente a la oradora forense con la penosa Katja y verla padecer ante los crujientes detalles de la médica. El abogado rival, quien probablemente audicionó para hacer de jerarca de la Gestapo en La caída, es aun más perverso que los terroristas nazis. Akin acude a estos y otros recursos para suscitar el odio en el espectador; un odio tan homogéneo y unilateral que termina volviéndose vacío.
Como sucede con The Square, Loveless, las películas de Von Trier, Lanthimos y en algunos casos Haneke la asunción del discurso de la película como una tesis que expone los males y crueldades del mundo contemporáneo -siempre desde una mirada altanera y autoindulgente- hunde al film a causa de un exceso de solemnidad, que fuerza a escindir a los personajes dentro del bando moral del Bien y del Mal. El Mal por supuesto triunfará porque el mundo es una peste en la que no hay esperanza de redención. Condicionada en este caso por la identificación cultural y política de su director y guionista En pedazos no llega a pertenecer de lleno al grupo del “cine de qualité misántropo” de los citados anteriormente, pero indudablemente la mirada uniforme del director vuelve a la película un alegato panfletario, sin el atrevimiento de incluir matices que le den mayor dinamismo a la crisis de valores que denuncia película. En En pedazos todo está señalado con un trazo grueso donde se vislumbran los hilos maniqueos de la enunciación.
Por supuesto a los grandes festivales europeos, quienes suelen promocionarse como el paradigma del progresismo intelectual, En pedazos es una película que cae como anillo al dedo, porque al esforzarse en ser explícitamente incómoda no termina incomodando a nadie.