Empecemos por las cosas buenas: Diane Kruger -que fue premiada en Cannes por esta actuación- está excelente, y por momentos Fatih Akin logra transmitir la intensidad de su drama. La película narra el conflicto interior y la sed de justicia (que se vuelve sed de venganza) de una mujer a la que un atentado terrorista deja sin su marido y su hijo pequeño. Hay un juicio, las cosas se complican y entonces Akin empieza a hablar del racismo, de la violencia, de una cierta cantidad de cosas que opacan la trama y disuelven el punto más interesante: el análisis de caracteres, especialmente el de la protagonista. Dicho de otro modo: el film podría contarnos cómo se llega al odio y a la necesidad de venganza de tal modo que nos permita tomar libremente partido, pero decide decirnos alguna perogrullada como que la violencia engendra más violencia y que el racismo es malo en cualquier sentido, etcétera. A las obvias virtudes de narración fílmica se le superponen subrayados tales que hacen de esta película una clase B (mediocre) con pretensiones. Pura confusión.