Un atentado terrorista deja a Katia sin marido y sin su pequeño hijo. Es un preámbulo desgarrador, difícil de soportar como espectador, frente al rostro desencajado de Diane Kruger, la bella y talentosa actriz alemana, en un papel que le valió el premio a la mejor actriz en Cannes. Es una crónica del duelo desesperado que no ahorra detalles, como el regreso de ella a la pared ensangrentada después del atentado o los cambios físicos que experimenta por el golpe. Una especie de segundo acto se ocupa del juicio, en el que los autores del crimen, neonazis, son increíblemente absueltos. Semejante injusticia, por parte de una corte que tampoco los admite como culpables, sino que dicta sentencia por falta de pruebas contundentes, deja a Katia al borde, del suicidio o la venganza, y da paso a una clara tercera parte de la película que no hay que contar. Un film duro para un tema duro, cuya narración podría haberse beneficiado de una mayor sutileza. Y uno que utiliza un asunto, el de la violencia ultraderechista contra los extranjeros y migrantes, para contar su cuento sórdido, sin meterse de veras en lo político y mencionando su correlato con el horror del terrorismo islámico actual así, como al pasar.