Butacas vacías.
Matías Szulanski asume su cinefilia en este nuevo opus donde el cine es el que está en peligro y no las criaturas que pululan por las salas casi vacías, léase una joven que se desplaza con dificultad porque usa canadienses (muletas), un policía crepuscular y solitario que busca en el consuelo de la sala y el pochoclo con poca azúcar saciar su angustia y vencer la rutina del trabajo metódico y mecánico, a lo que se debe sumar un perro muerto, una amiga degollada y tal vez el homenaje al cine bizarro o de clase b.
El dispositivo de Szulanski no es otro que la excusa del género policial para desarrollar una trama donde lo que menos importa es el verosímil o los guiños con apuntes desopilantes durante el desarrollo de las situaciones de asesinato.
En ese sentido ocuparse de algo parecido a un policial de baja estopa desorienta un tanto en materia de propuesta aunque Nai Awada es una buena elección para transmitir ambigüedad en su errático paso junto a una amiga y tras el acecho de un ex que quiere una segunda oportunidad.
Según el director la inspiración llega de la mano de aquellas películas que tienen como eje el cine dentro del cine o el rol contemplativo que supone enfrentar el desafío de una película en una sala oscura. Digamos que este auspicioso punto de partida se concreta por momentos y que las ideas no llegan a plasmarse en la pantalla.