A la sombra del éxito de “Invasión zombie” (“Tren a Busan) llega rápidamente otra película coreana que habita el mundo de los muertos y las muertes. En este caso el director Na Hong-Jin utiliza el humor, las reacciones incrédulas, las distintas historias individuales, para, tomándose su tiempo llegar al meollo sobrenatural. Varios asesinatos salvajes se suceden en un pequeño pueblo. El policía que interviene, temeroso, lento, incrédulo poco a poco se vera sugestionado por los rumores del pueblo que apuntan la coincidencia de los hechos de sangre con la llegada de un extranjero, un japonés. Lo que se ve leve y gracioso se transforma lentamente en situaciones oscuras de discriminación, supersticiones, persecuciones y la contratación de un chaman. Hasta una última vuelta de tuerca. Es una película extensa, son 156 minutos, pero que lleva entretenido al espectador hasta rituales, posesiones y lo diabólico. Desaparece el sentido común y todo se ve arrastrado hacia el terror.