Ángeles y demonios
El cine asiático ha sabido canalizar todo lo referente a sus mitos y leyendas relacionados al terror; aquellos relatos orales y escritos que circulaban de generación en generación, han sido plasmados en la pantalla grande con resultados al menos interesantes. Tal es así que este subgénero ha sido fuente de constante revisión desde aquellas mentes brillantes de Hollywood que ven aquí una manera de reciclar (o “occidentalizar”) personajes e historias, pero no así las formas.
Es evidente que el fordismo del terror solo ha sabido sacar en las ultimas décadas producciones menos que mediocres, salvo algunos productos de James Wan, y ejemplos especificos como Te Sigue (David Robert Mitchell, 2014), Exterminio (Danny Boyle, 2002), La Cabaña del Terror (Drew Goddard, 2012) y las nombradas mas abajo. De esta manera, gran parte de las sagas estadounidenses del género como La Llamada o El Grito, sólo por nombrar algunas remakes (enumerarlas requeriría otra nota entera), tienen su original en tierras orientales.
Jong-Goo, sargento un tanto torpe y descuidado, comienza a cubrir una serie de asesinatos en su pueblo. Las características lo inducen a sospechar de una enfermedad epidémica que empieza a expandirse por el pueblo, por lo que la situación termina afectando a su hija Hyo-Jin (Kim Hwan-hee con una excelente actuación), mientras que él es obligado a resolver una trama que se torna compleja a medida que se acumulan las muertes. En Presencia del Diablo puede ser dividida en tres partes claramente identificables, y en el contraste de la primera con las últimas dos, se da la clave de la fuerza de la pelicula.
El primer tercio nos introduce a Jong-Goo, el policía que se ve sobrepasado no sólo por la oleada criminal sino por su propia vida. Y aquí es donde En Presencia del Diablo tiene su pasaje mas llamativo: en el retrato de la personalidad del policía, mas cercana al slapstick que al de un hombre común y corriente que se ve desbordado por situaciones que no comprende del todo -¿o no es así como comienzan los mitos-. Sin embargo, a medida que se va desarrollando el nudo del argumento, en la segunda etapa podemos ver como el tono de la pelicula va cambiando lentamente hacia un terror folklórico, de amenazas terrenales y cercanas, clave en la empatía con el espectador. Y es en esa cercanía del horror palpable y cercano que En Presencia del Diablo empieza a ganarnos.
Esto se debe a que el film es sumamente distinto a la grandilocuencia de terror al que nos tiene acostumbrados el cine occidental contemporáneo: el monstruo del infierno que despierta despues de milenios a reclamar la Tierra o la entidad demoniaca omnipresente y omnipotente con asuntos pendientes en el plano de los vivos, que no sólo son caprichosamente inverosimiles (mas allá del contrato de entendimiento que como espectadores tenemos con la fantasía), sino que son exhaustivamente ilógicas -el personaje fantastico puede hacer virtualmente lo que quiera en función, o al salvataje, del argumento-. Sin embargo, existen honrosas excepciones como la reciente La Bruja (Robert Eggers, 2016) o la australiana-canadiense The Babadook (Jennifer Kent, 2014).
El último tercio de En Presencia del Diablo, es un tour de force violento y emotivo, una aventura lúdica, un juego de descubrimientos y propuestas ambigüas cuyo pulso narrativo hace que las más de dos horas y media de pelicula nos agarre del cuello, nos mire a los ojos y nos susurre al oído que la acompañemos al infierno. Y como Jong-Goo, sin saber por qué, lo hacemos desesperadamente.