LAS CHICAS SOLO QUIEREN DIVERTIRSE La principal virtud de las entregas de las que se desprende la presente Ocean’s 8 era el juego, el espiritu lúdico, esa misma sensación de que en la pantalla todo el mundo se estaba divirtiendo mientras hacía divertir al resto. Y éstos últimos, nosotros los espectadores, a mitad de camino entre el cholulismo exacerbado y el entretenimiento real, disfrutabamos que Brad Pitt y George Clooney complementaran sus diálogos hasta el hartazgo (y la rídiculez), realizaran referencias de sus vidas personales (el final de Ahora Son Trece) y cometieran los robos de guante blanco mas inverosímiles de la historia del cine. A su vez, la trilogía de Steven Soderbergh era una remake del famoso rat pack, aquel grupo de amigotes que marcó el cine de posguerra de los ’60 a base del carisma de un puñado de películas (incluida la Ocean’s Eleven original) y estaba integrado por Frank Sinatra, Dean Martin, Sammy Davis Jr. y Peter Lawford. Como si lo anterior no hubiese sido tan hiperbólico como efectivo, la nueva entrega nos introduce a Debbie Ocean (Sandra Bullock), hermana de Danny (fallecido en la película), ¿y adivinen que quiere hacer? Sí, robar cosas: en este caso es un importantísimo colgante Cartier valuado en 150 millones dólares. Pero el ejericio de Gary Ross resulta fallido, en casi todos sus intentos. En Ocean’s 8 la reminiscencia termina en una mala copia, porque las secuencias de reclutamiento y el montaje dinámico con la voz en off (sobre) explicando lo improbable, lo hemos visto ya varias veces y como Bourne (Paul Greengrass, 2016), la repetición de la misma formula a través de distintas generaciones (de público y tecnología) raramente funciona. Por otro lado, el errado ejercicio reflexivo que intenta abordar el empoderamiento femenino parte de la interpretación de Gary Ross y la guionista Olivia Milch, al asumir que el mismo es motivado a partir (del engaño) de una figura masculina. Tema que sobrevuela toda la película de forma decididamente torpe (los hombres son relegados a un ridículo tercer plano, no existen en el mundo de Ross), este enfoque devuelve a foja cero todo intento reflexivo sobre el papel de la mujer en el género de los grandes robos. La vuelta de tuerca del final de Ocean’s 8 solo aporta más barullo a una narrativa que venía trastabillando y convierte a Ocean’s 8 en una entrega con más pretensiones que realidades, aunque ésta no logre más que divertir.
CORRALITO Una hermana, Taryn Manning (Orange Is the New Black), simulando una queja como clienta y la otra, Francesca Eastwood, teniendo una entrevista laboral con el gerente, toman un banco por asalto con la ayuda de su otro hermano, Scott Haze (Midnight Special), y dos cómplices. El objetivo es llevarse medio millón de dolares de los que inicialmente consiguen juntar menos de 100 mil de una pequeña caja fuerte. Cuando las rencillas y reproches internos de la banda comienzan a escalar, interrumpe la sorpresiva ayuda del subgerente Ed Maas (James Franco) que los asesora con la logística no sólo de seguridad, sino monetaria. El problema es que Maas no les ha comunicado a los ladrones el pequeño secreto que habita el sotano del Centurion Trust. En tiempos con la efectividad de La Casa de Papel ( 2017) -que, nota aparte, las alabanzas merecen una larga discusión-, la película de Dan Bush rápidamente se perfila como una de atracos y justo cuando necesita un giro narrativo, muta al género terrorifíco. Entonces la expectativa de la propuesta inicial se desinfla al ver que tanto el grueso de la trama y los géneros que pretende abarcar se recorren a fuerza de sustos, golpes de efecto y poco mas. La Bóveda propone temas y temáticas que nunca llega a completar, sobre todo ese comienzo prometedor con una pálido juego de colores y un pulso intenso que la acercan mas a Sicario (Denis Villeneuve, 2016) o Triple 9 (John Hillcoat, 2016). Sin embargo, esta intensidad se desvanece en minutos y Dan Bush deja lugar a un pobre desarrollo general de la narración, que encuentra problemas en su ritmo – por momentos se embarulla en las tramas que despliega -, en sus personajes – pobre desarrollo y motivaciones poco creíbles – y sobre todo en la ejecución de su trama principal. Lo único que rescata a esta novedosa idea de fallida ejecución es que La Bóveda es coherente con la duración de lo que propone, el guión de Dan Bush y Conal Byrne tiene poco que decir. Y eso es respetado a rajatabla. Por Pablo S. Pons
EL REGRESO MENOS ESPERADO Hay que hurgar profundo en la lista de los estrenos argentinos de este año – y probablemente los anteriores también – para encontrar alguna película como Jeepers Creepers: El Regreso. Escasamente lúcida, mal ejecutada, con varios momentos torpemente solemnes y de una excesiva auto-importancia, esta entrega no acierta ninguna de las tramas – ni la general ni las secundarias – que plantea. Con guión y dirección de Victor Salva, la tercera de la saga – situada temporalmente entre la 1 y la 2 – nos trae al sheriff Dan Tashtego (Stan Shaw) y al sargento Davis Tubbs (Brandon Smith) uniendo fuerzas contra la, una vez mas escalada mortal del Creeper (Jonathan Breck) que despues de 23 años, vuelve durante 23 días a saciar su hambre. A pesar de tener un comienzo prometedor, con una correcta profundidad de campo, una secuencia con el Creeper estoíco y con más preguntas que respuestas, Jeepers Creepers rápidamente derrapa con una certeza admirable y es sólo a partir de este momento en el que el espectador sentirá algo de libertad: puede elegir qué porción le pareció mas rídicula. No sería cinefilamente para nada desleal criticar duramente la pobreza de sus efectos especiales, cuya calidad probablemente se relacionen más con el presupuesto que con la impericia, pero es necesario advertir que no alcanzan un mínimo de verosímil en ningún momento. Sería también perder el foco concentrarse en una narrativa que atenta directamente con la empatía con los personajes y el entendimiento general y que, en este apartado, las elipsis inexplicables y las sub-tramas torpemente desarrolladas compiten palmo a palmo con las de Escuadrón Suicida (David Ayer, 2016). Y eso es mucho decir. Porque hasta aquí estamos hablando de las características de una película clase B, o sea, con el carisma del inverosimil, y un argumento lúdico, que juega consigo mismo y sobre todo con el espectador, y entonces la indulgencia se hace obligatoria. Sin embargo, Salva se toma muy en serio a si mismo y a su obra. Basta ver esa trama dura llena de personajes que buscan redención a través de la venganza y que necesitan verbalizarlo constantemente. Sino presten atención en la vergonzosa sucesión de dialogos tan intensos como faltos de sentido entre Tashtego y Tubbs. Si bien Jeepers Creepers nunca fue una saga destacable, entre cierto rusticismo y un aire de homenaje al cine de terror de los ’70 y ’80, la original del 2001 era una película mas acertada en toda su concepción, desde la utilizacion de los recursos – narrativos y técnicos – hasta la trama que buscaba instalar. Sin embargo, aquí Salva se encapricha con una idea tan minimalista como horriblemente ejecutada y lo único que termina asustando es el resultado final. Por Pablo S. Pons
A MITAD DE CAMINO Hay determinadas visiones cuyas intenciones se ven limitadas, mas allá de la tecnología de su tiempo – ¿que hubiera sido la imaginación del George Lucas orginal, el de los setenta, con el CGI contemporáneo? -, por la limitación del presupuesto con el que cuentan. Y si bien Se Ocultan en la Oscuridad no es una maravilla del séptimo arte que pasa injustamente desapercibida, sí tiene momentos donde intenta salir del molde de las películas pre-fabricadas, o aquellas que siguen argumentos y estructuras tan a rajatabla y tan repetidamente vistos que en algún punto el espectador se cree capaz de adivinar lo que va a suceder. La familia de John Chambers se instala en un pequeño pueblito de Pennsylvania donde cuatro años atrás una familia perdió a su hija en una situacion misteriosa. Tiempo despues de su llegada, el doctor empieza a experimentar paralisis de sueño en las que es acechado por un grupo de entidades cuyo único no solo es agobiarlo, sino capturar a su pequeño hijo, Emms. Como podrán imaginar a partir de lo anterior, la opera prima del multifácetico Gabreski lejos está de escapar a clichés básicos. Porque aparte del argumento de la familia-nueva-en-el-pueblo-acechada-por-entidades-poco-entendibles, el director de múltiples telepelículas sobre boxeo y MMA también se atreve a introducir figuritas repetidas en una película de terror como el matoncito del pueblo, la sexualidad como castigo o los sustos que vemos venir fuera de foco. Pero en determinados planos y secuencias fácilmente reconocibles, Gabreski de repente referencia – tímidamente, es cierto – a clásicos del terror como El Resplandor (Stanley Kubrick, 1980), El Exorcista (William Blatty, 1973) o It (Tommy Wallace, 1990). También se nota la evidente dedicación en algunos encuadres y juegos de luces y sombras que logran transmitir un clima sombrío en algunos pasajes, probablemente fruto de su trabajo como director de fotografía en sus trabajos previamente mencionados. Y así se atraviesa Se Ocultan en la Oscuridad, con la inefable sensación de que una mayor libertad presupuestaria y un mayor trabajo en el guión hubieran entregado un producto que no vague incomodamente entre las intenciones del director y los lugares comunes del cine de terror. Sin embargo, Gabreski entrega algo parecido a una película de terror que busca conformar a propios y extraños, pero termina no satisfaciendo a ninguno y se entrega a una intrascendencia inevitable.
MEDIA VERÓNICA Parece que el cine de terror va encontrando nuevas fórmulas que lo vuelven a poner en la primeras elecciones de la audiencia a partir de una renovación válida de realizadores y la profundización de aquellas virtudes de los últimos años. Atrás parecen quedar entonces aquellas rachas de películas de horror y terror que no hacían mas que revisitar clichés, lineas argumentales y arquetipos básicos. No es que esta nueva ‘camada’ -hay directores que vienen de larga data- lo haga con una originalidad absoluta, pero se nota un desparpajo (Los Huespedes) y una soltura en determinados productos (Better Watch Out, La Cabaña del Terror) de la mano de un un sólido arraigo por el terror de los ’70 (la factoría James Wan), la narrativa de mitos y leyendas (La Bruja, la saga El Conjuro), y sobre todo un respeto por el público al evitar la repetición serial de usos y costumbres en este género que tan vilipendiado ha sido en los últimos años. La Posesión de Verónica aprovecha un poco este combo que tanto resultado da que es el de meterse de lleno en una historia real -algo que haya pasado y que tenga anclaje con la realidad, por mas incomprobable que sea-, que date de por lo menos 20 años atrás o por lo menos de otra década -el relato extemporáneo, impropio del presente tangible y comprobable-, pero que sobre todo mantenga un verosimil que lleve a la duda razonable. Entonces así como el cine de superheroes se aprovecha de la nostalgia adulta del ludismo infantil -Marvel, no DC-, el cine de terror ha entendido que el negocio pasa por el relato de mitos y leyendas modernas. No es casual entonces que la gran mayoría de estas producciones tengan en los niños a los pilares de la película, siempre prestos a la estimulacion de la imaginacion por medio de la narrativa oral. Y nosotros, en consecuencia, a la audiovisual. Entonces Paco Plaza rapidamente nos pone en tema. Pasado el prólogo que, obviamente, nos promete mucho y aclaro poco, entendemos que la combinacion de un eclipse y una sesión de Ouija, desata extraños hechos en la Veronica en cuestión y que, mediante una rápida deducción, se entiende que son propios de una persona poseída. Como se marcaba mas arriba, este argumento dista bastante de la originalidad -ha sido contado infinidad de veces-, pero lo hace con una personalidad firme, aterrorizando con la imagen -el fuera de campo y la insinuación son fundamentales aquí-, el gesto y el sonido -allí hay una banda sonora espectacular-. Este relato clásico no innova en formas pero sí constituye un producto que lo que hace, lo hace bien. Construcción de conflictos, personajes sólidos, climas agobiantes, suspenso efectivo, metáforas comunes del cine de terror -el sexo y la inocencia-, y un climax final a la altura de todo lo previo. En La Posesión de Verónica, Paco Plaza (REC) repite los aciertos del pasado y no solo es el género el que gana, también lo hace el público. Sobre todo en sustos.
BELLEZA ASIÁTICA A priori, podríamos imaginar que la animación tradicional presentaría ciertas limitaciones en cuanto a la imaginería que un director pueda desplegar. Especifícamente en cuanto a la fluidez de movimientos, expresiones y registros, razones que atentarían a la construcción de la identidad de los personajes. Si bien en general lo primero es cierto -en menor medida en la pelicula que nos compete-, lo segundo no lo es tanto, y aquí tenemos a una joya chino-japonesa que ensaya sobre el amor y la amistad como fuerzas imparables, el pasaje de la adolescencia a la adultez, y la construcción del destino. Abundar en detalles sería arruinar la trama, pero podemos decir que Your Name (traudido literalmente del japonés Kimi no na wa) relata como las vidas de Taki (Ryûnosuke Kamiki) y Mitsuha (Mone Kamishiraishi) se entrecruzan cuando misteriosamente intercambian cuerpos. Él es un chico de ciudad (Tokyo) que va a la secundaria y tiene un trabajo de medio tiempo en un restaurant italiano y ella es una adolescente del pequeño pueblo de Itomori, que descontenta con su vida, desea ser un chico popular y vivir en la ciudad. En la primera mitad, Your Name propone un clima distendido, mas cercano al humor del animé clásico que juega con las expresiones conceptuales y las referencias explícitas al manga. Y si bien repite elementos técnicos -por momentos parece haber un uso del brillo un tanto excesivo- y recursos artísticos ya vistos en el animé moderno -las escenas de las distintas puertas al abrir y cerrar desde un primer plano pueden verse infinitamente- , Shinkai despliega, ensambla e integra estos con pericia y criterio estético, logrando secuencias hermosas, admirables y cargadas de una belleza hipnotizante. Si bien esto último no es un rasgo menor, no es la única pata por la cual Your Name se mantiene. A lo largo de su mas de hora y media, se agradece la ternura en el retrato de la historia, en la construcción de los conflictos y en el amalgama de lo tradicional y lo moderno, que la filosofía milenaria y la tecnologia urbana trazan con una gracia innegable. Y probablemente en este último adjetivo se sintetize el espíritu de Your Name, porque sus tramos circulan con fluidez, creyendo absolutamente en lo que se cuenta, desde el principio humorístico a-la Ranma 1/2 (Rumiko Takahashi, 1989 y 2002), pasando por el nudo que roza lo sobrenatural y terminando en ese final mágico. A pesar de su frondosa trama -sobre todo el nudo-, Your Name es una obra que amaga con ser una amable comedia juvenil, pero termina siendo una experiencia indispensable, un viaje sensorial estimulante que podemos ver, tocar, oler, saborear y oír. Una fábula que nunca aceptamos explícitamente, porque poco a poco nos va capturando en la gentileza de sus manos. Y los espectadores, nos dejamos atrapar mas que contentos.
LA CASITA DEL TERROR Con casi diez películas que lo tratan de una manera u otra, el caso Amityville es uno de los más prolíficos en términos cinematográficos, al contar con diversas obras que han pasado, en su gran mayoría, con más pena que gloria por el imaginario colectivo. Sin embargo podemos contar a El Horror de Amityville (Stuart Rosenberg, 1979) y Terror en Amityville (Andrew Douglas, 2005), con Ryan Reynolds, como las más reconocibles de sus múltiples abordajes. La versión de Sheldon Wilson nos lleva a 1997, año en el cual la familia Anderson desaparece misteriosamente sin dejar rastro. 17 años después, Angela (Jodelle Ferland) es contratada por Janie (Pascale Hutton) para que cuide de su hijo Adrian (Sunny Suljic), el cual no ha dicho una palabra desde la muerte de su padre. Nuevos en el pueblo, madre e hijo se acaban de mudar a la casa que casi dos décadas atrás fue testigo de la desaparición de los Anderson. En su etapa inicial, la película deja ver rápidamente todas sus cartas en la mesa al introducir varios elementos que, por ser claramente identificables, no garantizan un desarrollo posterior satisfactorio. Y allí tenemos a un trío de abusadores torpemente retratado, que molestan a Pandy y Angela porque sí, y sólo servirán únicamente al nudo principal de la película al ser la razón por la que la casa “despierta”. Por otro lado, vemos como los personajes de Officer Bower (Neal McDonough) o de Lochlyn Munro vagan en la intrascendencia de una trama previsible que podría haber vertido el registro dramático a hombros más experimentados como el de estos actores. Los conflictos de los personajes, especialmente el de la relación lésbica entre Pandy (Chanelle Peloso) y Angela (Jodelle Ferland), siguen los preceptos del viejo slasher ochentoso: la sexualidad es pecado y debe ser penada. Entre estos recursos reconocibles, El Origen del Terror en Amytiville sigue su curso en piloto automático: con escenas, diálogos y situaciones forzadas. Todo sucede porque debe suceder, porque es una película de terror y las cosas son así. Aquí no hay construcción de suspenso, ni de identidades, ni mucho menos un desarrollo de personajes. Y entonces la película de Wilson se percibe como una película hecha al molde clásico, donde sigue lineamientos pre-establecidos al pie de la letra y no sabe como aprovechar sus escasas ideas decentes -como la vuelta de tuerca del final-. Pero a esa altura ya decidimos que para ver noventa minutos de intrascendencia y poco riesgo, es mejor ver a la Argentina en las Eliminatorias. Por lo menos, a diferencia de Wilson, tiene al mejor interprete del mundo. por Pablo S. Pons
LA IMPORTANCIA DE LO SECUNDARIO La comedia española tiene la tendencia a integrar dos vertientes claramente identificables: la comedia de situación donde los estereotipos mundanos son llevados al extremo; al delirio absoluto y películas donde un desencadenante específico provoque un in crescendo de situaciones ridículas. Es en la convergencia de éstas que el humor absurdo, políticamente incorrecto y crítico de esos lugares que aborda es que puede fluir. Y si bien la comedia argentina contiene estas dos formas, suele moverse más en concordancia con la comedia norteamericana, más relacionada con la buddy movie, o la comedia romantica siempre enbadurnada por la inefable idiosincracia argenta. Retiro Voluntario se encuentra un poco en el medio de lo comentado anteriormente y nos cuenta la historia de Javier (Imanol Arias), un director ejecutivo de una empresa que tiene la peor semana de su vida luego de interactuar con Rubén (Dario Grandinetti), un transeunte supuestamente inofensivo. Como si esto fuera poco, su empresa se encuentra en periodo de reducción de personal y en este proceso surge Sam (Hugo Silva), un compañero competitivo. La película de Lucas Figueroa se divide en dos partes, la primera mas situacional y con un humor mas dialectico, raramente efectivo en este caso, referencial del español que vive en Argentina y sus dificultades comunicativas. Aquí Grandinetti y Arias hacen gala de sus habilidades tragicómicas en un guión que lentamente va sentando las bases para el delirio del acto final y que en el transcurso coquetea con el slapstick, el thriller corporativo y el humor “fumón”. Y como si necesitara una excusa para desatarse, Retiro Voluntario recurre a la marihuana para justifcar el raid de la última media hora. Aquí, los protagonistas ejecutan un plan desenfrenado que ponga a los malos donde les corresponde. Pero la película no depende de estos para que el engranaje funcione y encuentra sus mejores momentos en los detalles y no tanto en el grueso de la trama. Aquí destaca principalmente el Raulito de Tomas Pozzi y por momentos Eduardo (Luis Luque) y Guido (Juan Grandinetti) encuentran la química que saca sonrisas y la exageración que las quita. La película de Figueroa termina siendo un producto que si bien se siente cómodo con su tono general -incluso en su incorreción progresiva-, encuentra sus mejores momentos no necesariamente cuando apuesta a ellos sino en el complemento de lo secundario. Por Pablo S. Pons
LAS PUERTAS DE LO CONOCIDO Sin intentar aleccionar a nadie, principalmente por incapacidad de quién escribe, se puede acordar que la teoría paradigmática del cine advierte que su historia se divide en tres grandes etapas: la clásica, en la que se establecieron las bases generales del séptimo arte; la moderna, tiempos de reformulación de los elementos clásicos e introducción de mejoras técnicas e innovaciones narrativas; y por último, el posmodernismo, etapa que estamos transitando y que representa la experimentación hacia nuevos elementos. La dicotomía ya no de la tribuna cinéfila, sino de toda aquella aréa que implique creatividad consiste en identificar la delgada línea entre homenaje y copia. ¿En otras palabras, el cine contemporáneo aggiorna estructuras clásicas por falta de ideas? Quien escribe cree que ya sabemos la respuesta. Conjuros del más Allá no es ajena a esto. Con guión propio, Jeremy Gillespie (Father’s Day) y Steven Kostanski (segmento W is for Wish de ABCs of Death) confluyen elementos mayormente de los ’80 y los ’90 en esta historia de terror sobrenatural, mono-locacional, y con insinuaciones al slasher. En lo que parecía una noche tranquila, el policía Daniel Carter (Aaron Poole) encuentra un hombre herido (Evan Stern) a la vera de la ruta que estaba patrullando. Al encontrar los hospitales cercanos no disponibles, lo termina alojando en uno local mas alejado. La aparición de figuras encapuchadas en el exterior del nosocomio desatará una escalada de hechos horroríficos que desembocarán en la aparición de una puerta al infierno, con todas las respectivas implicancias bien presentes. Con claras referencias a La Cosa (John Carpenter, 1982) y Hellraiser (Clive Barker, 1987), Conjuros del más Allá contiene una atmosfera opresiva -el encierro en el hospital-, amenazas externas e internas, tanto humanas como sobrenaturales, y el uso coherente del efecto especial práctico y el CGI, y esto le da como resultado una película que cumple con sus intenciones. Sin embargo, raramente a lo largo de sus noventa minutos de duración se despega de sus referentes y tampoco introduce elementos novedosos ya sea desde lo técnico, narrativo, o la combinación de ambas. Aunque esto no es algo contraproducente en sí, ya que el uso y remezcla de elementos se hace con naturalidad y fluidez efectiva, pero sí la sepulta en un terreno peor que el de una pelicula fallida (que no lo es); el de la intrascendencia. A partir de todo lo anterior es que la pregunta se hace inevitable y no tiene que ver con la consistencia de la película, sino ¿es Conjuros del más Allá otro collage de elementos ya visitados? La peor respuesta es que la anterior sea una pregunta retórica.
Julia (Jessica Lowndes) es una periodista de bienes raíces que rápidamente se ve envuelta en una tragedia familiar cuando su hermana es asesinada con toda su familia. Una vez que el cuarto donde ocurrió el crimen es literalmente arrancado, ella sabe que este hecho es parte de una trama mucho mas profunda y que lo en principio parecía un simple asesinato se convertira en un caso mas de una conspiración. La investigación que empieza junto a su ex-amante el detective Declan Grady (Joe Anderson) la llevará al pueblo de Nueva Inglaterra y a la confrontación con el asesino. Sin embargo, el proceso desentrañará un secreto mucho mas perverso. Con una estética y una factura mucho mas cercana al genero televisivo que al cinematográfico, Abattoir sienta una puesta en escena un tanto confusa. Si bien la trama es contemporanea, los personajes principales parecen vivir en un policial negro de los ’50. Y a partir de ese comienzo, Bousman nunca encuentra el tono justo, el equilibrio que le permite darle a su obra un dejo de comprensión minima. Entonces cae en los extremos: sobreexplica lo que su impericia narrativa le impidió contar o deja cabos sueltos en conversaciones que rozan lo absurdo. Y a partir de aquí es que cualquier otro aspecto es totalmente fallido. Si Bousman nos quiere hacer entender que el policia es un tipo apasionado, lo hace agarrarse la cabeza la mitad de la pelicula e insultar al aire ante cada contratiempo. Si quiere transmitir una sensación de terror religioso o apocalíptico, introduce discursos articulados pero totalmente fuera de tiempo en el Jebediah Crone de Dayton Callie (Sons of Anarchy). Y así como Crone acumula cadaveres, Bousman lo hace con sub-generos a los que visita de una u otra manera, pero siempre de forma inexacta e inefectiva. Eso termina siendo Abattoir, un collage incomprensible de distintos estilos que no alcanzan una sinergia que permitan una coherencia narrativa o un lenguaje visual inteligible. Y como en el famoso juego de mesa, esta torre que es Abattoir se desplomó al primer paso en falso.