SOSTENIDA EN HECHOS REALES
De la admiración por hombres o mujeres que logran triunfar con esfuerzo y de la excitación ante denuncias que dejan en evidencia las bondades de la libertad de expresión y el seductor poder del periodismo surge, seguramente, la predilección de los estadounidenses por las biopics y los casos “basados en hechos reales”. Tal preferencia no deriva, paradójicamente, en un interés particular por los documentales: en realidad, esas historias de gente común atravesando circunstancias excepcionales atraen si están representadas por actores carismáticos y si, al mismo tiempo de informar, permiten desahogarse con las fórmulas habituales del melodrama o el policial, dejando a un lado archivos descoloridos y testimonios de ciudadanos anónimos.
Al provocar indignación ante injusticias varias y discusiones en torno a distintas problemáticas, estos films parecen tener el prestigio ganado de antemano, aunque la mayoría de las veces abreven menos en el lenguaje del cine que en el de una crónica periodística o la biografía para un libro de bolsillo. Dicho en otras palabras: por este razonamiento, una película de Jacques Tati, por ejemplo, podría ser considerada menos relevante que Milk o El jardinero fiel (de la misma manera que, entre nosotros, fuera del ámbito cinéfilo, los trabajos de Martín Rejtman o Ezequiel Acuña son menos valorados que los de Pablo Trapero).
En primera plana sigue las alternativas vividas en el interior del diario Boston Globe cuando un grupo de periodistas –de una unidad de investigación denominada Spotlight– descubre la posibilidad de hacer públicos varios casos de abusos sexuales cometidos por sacerdotes católicos y cuyas víctimas fueron niños, en la ciudad de Boston. El trabajo periodístico mereció un Premio Pulitzer y sacudió al mundo en 2003: exhibiendo entretelones de esa pesquisa, el film prolonga los efectos de la denuncia, mantiene vigente la irritación y logra que el problema se aprecie de manera más vívida que leyendo cifras y nombres en un diario o en la web. Allí se agotan las principales cualidades del film de Thomas McCarthy (1966, New Providence, EEUU).
En primera plana está iluminada y musicalizada de manera sobria, y quien no se sienta abrumado por la verborragia informativa seguirá con interés el desarrollo de los hechos, confirmando lo que probablemente ya sepa: sacar a la luz hechos turbios de una institución poderosa (en este caso la Iglesia) implica sortear una verdadera cadena de complicidades, dificultades y temores. El problema es que deja demasiadas cosas fuera de campo; no sólo algunos aspectos secundarios –como la vida personal de los periodistas o la retribución que reciben por tan denodado trabajo– sino también los abusos propiamente dichos, las intrigas en el seno de la Iglesia, los ardides del poder político, las reflexiones sobre el sentido de las religiones en el mundo moderno (más allá de los delitos o perversiones de algunos de sus ministros y devotos), e incluso el hipócrita concepto de independencia en el periodismo, que aquí alguien invoca para elogiar al diario en cuestión.
Sólo en determinados momentos En primera plana sale de su sucesión de conversaciones y se deja afectar por sobresaltos emotivos: el breve plano secuencia que acompaña a Matt (Brian d’Arcy James) al confirmar que uno de sus vecinos estaba entre los abusadores, la charla de Robby (Michael Keaton) con viejos compañeros de escuela en la que les dice “Podríamos haber sido uno de nosotros”, el momento en que Mike (Mark Ruffalo) se indigna con Robby o se conmueve al ver a un grupo de chicos abusados dibujando, o los reparos de la única mujer del grupo (Rachel McAdams) con su abuela católica practicante. Situaciones en las que los cuatro demuestran ser personas con sentimientos, enojos y dudas, y no sólo profesionales obsesivos en busca de la noticia.
Con un sólido plantel de actores, del que se destacan el gran Michael Keaton, la linda Rachel McAdams, Mark Ruffalo y Stanley Tucci, En primera plana podría integrar un interesante doble programa para el debate con Philomena (2013, Stephen Frears), a la vez que ratifica el nivel entre decoroso y rutinario que, desganadamente, despliegan casi todas las películas nominadas al Oscar en los últimos años.