Héroes para los corderos
Boston seguramente sea la ciudad más católica de los Estados Unidos. Y allí, en un país de mayorías protestantes, tal vez sea una de las localidades más católicas del planeta, al menos al nivel confesional: para esos descendientes de irlandeses, la religión es algo omnipresente, reforzado permanentemente; algo que sería abrumador para el católico argentino promedio. Es el mundo que el cine ya exploró desde otras perspectivas, en cintas como “Desapareció una noche”, “Río místico” o “Los infiltrados” (“La duda”, de John Patrick Shanley sobre su propia obra, está ambientada en Nueva York, pero seguramente llegará a la mente del lector en cuanto ahondemos en la temática).
Ciudad de Dios
El diario principal de la ciudad es The Boston Globe, con una impronta localista (todos los diarios, los grandes y los pequeños, llevan el nombre de la ciudad en la que se editan). Pero todo cambia, y desde 1993 es propiedad de The New York Times... en un proceso de transformaciones que no hizo más que acelerarse con la aparición de Internet. En ese contexto, llega como editor ejecutivo Marty Baron: oriundo de Florida, judío (casi tiene la marca de la kipá en el pelo), soltero y para nada amante del béisbol, o sea una especie de alienígena en el “pequeño pueblo” que es la capital de Massachussets.
Cuando todos temen (como siguen temiendo los periodistas en miles de diarios alrededor del mundo) que venga con recortes, se le ocurre tirarle una denuncia sobre un cura abusador al equipo Spotlight, un grupo liderado por el “técnico y jugador” Walter “Robby” Robinson. Justo los que parecían tener todos los números comprados para ser recortados: ¿quién tendría cuatro personas para investigar full time con plazos de un año para publicación? Si Baron entra a los libros de historia, será por esos dos gestos: abrirse a una idea que a ninguno de los locales se le ocurrió antes (“hacía falta un outsider”, dirá el abogado Mitchell Garabedian) y apostar a la calidad y la inversión en tiempos de información fácil, apoyando a los investigadores junto al editor Ben Bradlee, Jr.
Así, Robinson (un tipo respetado en “la comunidad”) lidera al peculiar team integrado por el indómito Mike Rezendes (el paradigma del “periodista heroico”, el que todavía se indigna por las cosas), la activa Sasha Pfeiffer y el cansino Matt Carroll en una búsqueda que empieza a abrirse más y más, hasta que “pimponeando” ideas con Baron se dan cuenta de que no es un cura o dos, “manzanas podridas” de las que el arzobispo tendría algún conocimiento, sino de que es “el sistema”: un entramado en la Iglesia, gestado desde altas jerarquías, para encubrir abusos de menores, trasladando y “rehabilitando” a esas “manzanas podridas”. El resto es historia, y salió en la primera plana del Globe (“El periodismo es la primera versión de la historia”, reza el apotegma de Bill Kovach, a fin de cuentas).
Bajo las cúpulas
La puesta visual de Tom McCarthy y el director de fotografía Masanobu Takayanagi es es austera pero de gran eficiencia: un poco de cámara en mano, lo suficientemente sutil como para que el espectador se olvide de ella y se meta como un participante más, los filtros para darle un look vintage a la imagen, casi de Polaroid, como para recordarnos que esto pasó hace unos años, tal como muestra la cuidada reconstrucción de época (15 años es un plazo donde alguno se puede confiar en la memoria; y en lo que hace a computadoras en un escritorio, un año es una eternidad de diferencia). Como decíamos, todo está ajustado al manual, para dar aspecto de que “esto pasó” y “pasó hace unos años”.
Pero la grandeza está en los detalles: en los grandes encuadres, donde las cúpulas eclesiásticas se elevan por sobre los pórticos de los entrevistados, o en los planos más cortos, donde un crucifijo asoma en el cuello de una víctima. Todo refuerza un clima opresivo, como si uno no pudiese transitar por esa ciudad sin toparse un segundo con la Iglesia Católica. Clima que encuentra su clave sonora en la banda sonora compuesta por Howard Shore, una de las más “presentes” en la acción de los últimos tiempos, y una de las más pianísticas desde el score de Michael Nyman para “La lección de piano”.
Luces y sombras
Nada sería posible de todos modos sin los intérpretes adecuados, un ensamble que funciona sin aplastar las individualidades. Lo de Mark Ruffalo es sorprendente como siempre: su gestualidad es rica en matices, y su Rezendes tiene dimensiones épicas. Del otro lado, Michael Keaton transmite todas las dudas y culpas de Robinson, sus palabras no pronunciadas. Y Liev Schreiber asombra al salirse del villano detestable que la industria suele pedirle para entrar en un personaje medido pero con sus propias dimensiones.
John Slattery demuestra que es un buen actor (ya pintaba cuando apareció en la serie de culto “Ed”) con su Bradlee, otro que parece tener la careta de villano en algún momento. Rachel McAdams vuelve a ponerse en la piel de una periodista tan inquisitiva como empática, heredando su rol de “Los secretos del poder”. Y Brian d'Arcy James aporta lo suyo para el preocupado Carroll, “el hombre común” dentro del equipo. Por supuesto, a Stanley Tucci le alcanzan unos minutos en pantalla con sus reconocidas dotes para darle multidimensionalidad a Garabedian. Hay muchos secundarios muy logrados, en manos de Jamey Sheridan, Billy Crudup y Paul Guilfoyle.
Los profesores de periodismo tendrán ahora una nueva cinta para intentar motivar a los alumnos, como se quejó Leonardo Haberkorn en un artículo reciente. Quizás alguno pueda entrar en la mística de aquellos tiempos en que alguien podía esperar la salida de un diario como si fuese una bolsa de bizcochos recién horneados, con la esperanza de encontrar en la primera plana una ventana a los entresijos de la historia.