Sobria, efectiva y mucho más política de lo que su tema permite pensar
Desde la Antigüedad se habla de la verdad con mayúscula. Fue y es objeto de ocupación de filósofos, teólogos, científicos, incluso de artistas. El término no goza desde hace tiempo de su habitual pureza, refrendada por siglos a través de discusiones no exentas de polémicas. Frente a la verdad a secas la actitud inmediata es la sospecha, y más todavía si se trata de la verdad periodística. Nuestro escepticismo preventivo afirma con cierta razón: todos mienten.
El encuentro con películas como En primera plana resulta una reconciliación discreta con cierto ideal del periodismo de investigación, una vía del oficio bastardeada por la falta de rigor y espurios intereses impropios de la materia. Un periodista que investiga debe estar dispuesto a que su objeto desmienta sus premisas, o en su defecto, estar comprometido en ir hasta las últimas consecuencias. La cauta verdad periodística exige paciencia e inteligencia.
Es por eso que observar el largo trabajo de investigación a cargo de cuatro periodistas de la sección llamada Spotlight del diario bostoniano The Globe, que tuvo lugar a principios de siglo y que se dio a conocer en una publicación en enero de 2002, es como mínimo emocionante. Ser testigos de cómo se investigó un conjunto de casos sobre múltiples abusos sexuales a menores de edad cometidos por curas de la iglesia católica en Boston resulta didáctico y revelador.
No hay héroes en el film de Tom McCarthy, tampoco pederastas satanizados para así salvar sesgadamente a una institución, y menos todavía víctimas expuestas a humillarse con fines pedagógicos. Lo que el film sugiere es la hipocresía del entramado social y cómo algunas instituciones incitan a ciertas conductas indeseables, no solamente la de los religiosos. La perspectiva del film es anticlerical, pero de ningún modo incrédula. La necesidad de creer se respeta aquí a rajatabla, y hay varias escenas que así lo confirman.
Todos los actores están muy bien, incluso los secundarios (lo de Stanley Tucci como el abogado abnegado es admirable), hasta casi podría afirmarse que no hay verdaderos protagónicos. El trabajo en equipo no es aquí una impostura; todos importan por igual. Al respecto, son notables los tres intérpretes que deben dar testimonio de sus desgracias, y más todavía que McCarthy apueste a que el pasado traumático solamente se revele en la palabra. Ni un flashback en toda la película, ningún motivo musical que refuerce la empatía con el relato de las víctimas. McCarthy no ostentará la elegancia formal de un Michael Mann en un film hermano como El informante, pero sus decisiones formales y narrativas son de una precisión manifiesta.
Es que se ha insistido bastante sobre la insipidez formal de En primera plana, como si el film de McCarthy fuera un telefilm dominical destinado al acicate de las conciencia liberal, una pedagogía necesaria para una nación bastante cómplice respecto de algunas prácticas inaceptables. Sin embargo, sin ser un estilista u ostentar una pasión formalista que subyugue al relato, el trabajo de registro sobre la redacción del diario dista de ser automática y displicente. La redacción se concibe aquí como un espacio bastante libre que propicia una ligera pertenencia colectiva y en el que los miembros del diario se desplazan y comunican entre sí con bastante facilidad. Los planos secuencia para seguir las caminatas del personaje de Michael Keaton o Mark Ruffalo no son casuales y sugieren más una comunidad móvil que una institución rígida. En efecto, la relación que tienen los personajes con sus respectivos lugares de trabajo, observación que se extiende al personaje de Tucci y su estudio de abogacía, es uno de los placeres no subrayados del film, que insinúa indirectamente un tipo de institución horizontal en contraposición a la institución eclesiástica.
La traducción literal del vocablo pedofilia es ominoso, su práctica abyecta y, si el contexto es religioso, la perversión alcanza un perfeccionamiento intolerable, acaso diabólico. Cuando uno de los personajes expresa que este tipo de abuso no es solamente físico sino espiritual, En primera plana sitúa la desolación infinita de la víctimas. Frente a eso, la connivencia entre instituciones es inadmisible, al igual que cuando el periodismo abdica ante el esclarecimiento de la verdad y deviene cómplice de la infamia.