Todos los hombres de la iglesia
Cuando el cine se mete en el mundo del periodismo investigativo basado en hechos reales, los resultados suelen ser interesantes. Allí están dos exponentes brillantes como Todos los Hombres del presidente, de Alan Pakula, o El Informante, de Michael Mann, para demostrar cómo el profesionalismo y el deseo de hacer lo correcto y buscar la verdad por parte de la prensa tanto escrita como televisiva generan un relato atrapante con elementos propios del thriller. En primera plana se inscribe dentro de este subgénero al contar la historia de cómo un grupo de periodistas del diario Boston Globe empezó a desenmarañar varios casos de abuso sexual por parte de la iglesia católica local, y de cómo la investigación fue creciendo hasta llegar a manchar a las grandes cúpulas tanto religiosas como políticas de la ciudad.
Tomando como modelo el film de Pakula, el director Thomas McCarthy (el mismo de la muy interesante El visitante, con Richard Jenkins) cuenta la historia desde el punto de vista de los investigadores y de los diferentes miembros de la redacción del diario, optando acertadamente por omitir los detalles más escabrosos del caso evitando en gran parte la manipulación fácil (en ningún momento se muestran flashbacks que aludan a las violaciones por parte de los curas, y las victimas solo figuran en calidad de entrevistados). Digo en gran parte ya que si bien McCarthy se preocupa por mostrar el oficio de estos reporteros y su dedicación por el trabajo y la ética (el estilo sobrio del film busca mimetizarse con el mismo profesionalismo de sus personajes), lamentablemente llegado el tramo final del relato el director no puede evitar caer en la bajada de línea y remarcar los temas para que no queden dudas de la importancia de lo que está contando. En ese sentido, es una lástima que un actor que siempre hizo gala de la sobriedad y del “menos es más” como Mark Ruffalo sea encargado de dar un discurso a los gritos sobre la responsabilidad del periodismo por dar a conocer la verdad al público. Momentos como ese, o el innecesario epílogo en el que se exhibe un listado de casos de abuso sexual de la iglesia alrededor del mundo, amenazan con arruinar lo que era un buen thriller investigativo y con transformar a En primera plana en una película de denuncia, esas que, casualmente, terminan alzándose con una estatuilla dorada en plena temporada de premiaciones (y, en el fondo, sabemos que a los de la Academia les encanta que los temas sean dichos antes que mostrados).