Los párpados te pesan
En Trance (Trance, 2013) es la remake de un homónimo thriller hecho para la televisión inglesa en el 2001. Considerando cuan “formulaica” y poco notoria que es la película, uno se pregunta inmediatamente qué tenía de genial el producto original que merecía ser recontado y llevado a la pantalla grande a tan corto plazo y por tan célebre autor como Danny Boyle.
El guión es tramposo e incoherente, y comienza con una sencillez engañosa. Simon (James McAvoy), un subastador atormentado por deudas de juego, se ve implicado con la pandilla de Franck (Vincent Cassel) y el robo de una pintura. El meollo de la cuestión es que Simon sufre un trauma que le deja amnésico, y no recuerda dónde ha escondido la pintura robada. Una breve sesión de tortura deja en claro que Simon no está fingiendo, así que Franck le envía a hacer hipnoterapia con la Dra. Elizabeth Lamb (Rosario Dawson) para que desenmarañe su memoria.
Aquí la trama se torna un poco más mística de lo que un thriller criminal suele admitir y depende en cierta medida de cuan dispuesto está el espectador a creer en la hipnosis y sus funciones terapéuticas. Es lo suficientemente verosímil como para tomarla como un recurso de ciencia ficción, tipo El Origen(Inception, 2010), y como esa película, una substancial parte del diálogo está dedicado a explicar el propósito de cada escena, cortesía de Elizabeth.
Sesión por sesión nos adentramos en el subconsciente de Simon, cuyos confusos recuerdos van dominando el resto de la película. McAvoy le interpreta con la misma sonrisa patética que Ewan McGregor luciera antes que él. Cassel es menos sofisticado que su Monsieur Zorro Nocturno de La nueva gran estafa (Ocean’s Twelve, 2004) y no está por encima de balearse cuando la paciencia se le acaba. Dawson hace de femme fatale que se convierte en cómplice al solicitar una tajada ni bien termine de forzar la caja fuerte mental de Simon. Y como toda femme, puede que termine siendo la perdición de los tres. Sabemos que está haciendo un buen trabajo cuando decidimos que, en lo que perdiciones refiere, Elizabeth no está nada mal.
¿Habrá sentido Boyle nostalgia por las producciones pequeñas en su nativo Reino Unido? En Trance le reúne con su co-guionista de los días de Trainspotting (1996) John Hodge, de regreso al estrambótico bajo mundo londinense de dilapidados clubes nocturnos y música electrónica estilo Moby. Boyle dirige la película con su habitual ambición y frenesí, pero no hay mucho más que pueda hacer con el guión, de las que hacen trampa con tal de inventar giros y sostener el interés del espectador. Sí, es un thriller, y las situaciones improbables van con el género, pero sería menos fastidioso si todas las piezas del rompecabezas encajaran. Hay más de una que, si lo pensamos un minuto, nos damos cuenta que ha quedado librada al azar.