Otra mente sin recuerdos
En algún punto entre las obras completas de Alfred Hitchcock -y, en especial, su extraordinaria CUENTAME TU VIDA- y el trip mental de INCEPTION, de Christopher Nolan, se ubica este curioso policial negro del director de SLUMDOG MILLONAIRE y consagrado orquestador de ceremonial olímpico Danny Boyle. Confusa, enrevesada, trepidante, tan excitante como tonta, EN TRANCE es la clase de película que te tiene atento en todo momento aun cuando uno no tenga idea por qué ni para qué.
Es que Boyle no necesita probar que es un eximio narrador (nos hizo ver durante horas a James Franco tratando de zafar de una piedra, nada menos) y que maneja todas las variables audiovisuales del cine lo suficientemente bien como para llevarnos de las narices por donde se le cante. El problema, en su caso, es que muchas de sus películas son más artilugio circense que otra cosa, obra de un prestidigitador que tiene tanta convicción para hacernos mirar su dedo índice durante 100 minutos que ni nos damos cuenta que estamos viendo un dedo.
trance-james-mcavoyEl “dedo” manipulador de Boyle nos agarra de entrada nomás, en una secuencia extraordinaria (la mejor de la película) que narra el robo de un cuadro de Goya (“El vuelo de las brujas”) de una casa de remates fuertemente custodiada. El que cuenta la secuencia es Simon (James McAvoy), quien se encarga de hacer los remates y tiene muy en claro lo que hay que hacer en caso de una amenaza de robo. Eso le sirve también, obviamente, para ser parte de la operación, un típico “inside job” que incluye a otros tres hombres liderados por Franck (Vincent Cassel).
Pero el “laburito” no sale del todo bien, ya que Simon no tiene mejor idea que correrse del plan estipulado, cambia el cuadro de lugar y termina recibiendo un culatazo en la cabeza de parte de Franck. Simon sale del hospital con amnesia y no recuerda dónde metió el bendito Goya. Y ahí aparece el tercer elemento, fundamental en la trama de ahí en adelante: Franck decide que Simon haga una sesión de hipnoterapia que lo ayude a recordar qué hizo con el cuadro. Elizabeth, la “hipnotizadora” (de Simon y de los espectadores), no es otra que Rosario Dawson, que pronto se da cuenta que aquí está pasando algo con mucha plata de por medio y quiere su parte del botín.
tranceEsto es sólo el comienzo de una trama que irá girando en espirales concéntricas -a la manera de INCEPTION o de ETERNO RESPLANDOR DE UNA MENTE SIN RECUERDOS- a través de las cuales la película irá yendo y viniendo de la mente de Simon en tanto ladrones y terapeuta intentan desentrañar un cerebro que esconde secretos bastante más pesados que la locación de un cuadro. A la vez, Franck y Simon serán hipnotizados, literalmente, por una Elizabeth que no necesita de terapia alguna para dejarlos babeando a ambos. Con sólo moverse seductoramente le alcanza.
La trama de la película es un enorme balde lleno de agujeros, pero el espectador distraído por las luces de neón, el montaje voraz o, bueno, por Dawson, lo sigue atado a la silla, atontado, como quien está en medio del “trance electrónico” que el filme parece celebrar, recibiendo shocks eléctricos que sólo existen en su cabeza. Es que, con la excusa de no saber si lo que vemos está pasando o no, los baches y absurdos de la trama pueden llegar a pasarse de largo y solo reaparecen si uno se toma el trabajo, al terminar el filme, de poner su narrativa en orden.
Trance film stillCon las Obras Completas de Freud como material de consulta permanente, EN TRANCE será un festín delirante para todo tipo de terapeutas alternativos, especialmente los practicantes de la terapia de shock. Es que el nervio narrativo de Boyle -y la imponente presencia y seductora actuación de Dawson- terminan ganando la batalla contra la lógica ya que su trepidante ritmo pertenece más al orden de la pesadilla o de una discoteca a las 4 de la mañana que a otra cosa. Esa energía casi adolescente de Boyle -que se nota también en la absurda y morbosa necesidad de extender más allá de lo necesario algunas escenas de violencia y/o tortura- termina siendo contagiosa, lo mismo que la idea autorreferencial de que son los propios elementos del cine (un hombre, una mujer, un arma) los que logran mantener al espectador “en trance”.