Memento mori
En Trance es el décimo filme del inglés Danny Boyle que sigue empecinado en no repetirse cada vez que emprende un nuevo proyecto. Siendo un autor de calidad, no necesariamente de prestigio o popular, es muy meritorio que su filmografía completa haya podido estrenarse en nuestro país. Aún sus obras más menores como Vidas sin Reglas, Millones o la ignorada por el público Sunshine: Alerta Solar tuvieron su espacio en la cartelera argentina. Tras los dos años que le demandó organizar y plasmar la televisación de la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos Londres 2012 el director de Slumdog Millionaire: ¿Quién quiere ser Millonario regresa a la ficción con un relato narrado con su maestría habitual y que no debería pasar desapercibido por sus notables valores como entretenimiento. Es un respiro, casi un divertimento, para Boyle este thriller psicológico con más vueltas que un caracol y aunque no esté entre lo más destacado de su producción sigue llevando su sello inconfundible.
Para En Trance Boyle volvió a recurrir al guionista John Hodge quien fuera el responsable de escribir sus primeras películas: Tumba al ras de la Tierra (1994), Trainspotting, sin límites (1996), Vidas sin Reglas (1997), el cortometraje con Kenneth Branagh Alien Love Triangle (1999) y La Playa (2000). La historia es en verdad una remake del telefilme británico Trance (2001), escrito y dirigido por Joe Ahearne. El conflicto podrá ser el mismo pero entre la personalísima puesta en escena de Boyle y las audacias que se manifiestan en su desarrollo queda claro que son propuestas muy diferentes. Hodge ha realizado una adaptación en tono de film noir moderno con quizás pocas sorpresas pese a los varios puntos de giro que se suceden en la trama. Es difícil hoy día encontrar un guión inteligente que utilice las vueltas de tuerca sin perder un poco de credibilidad en el camino. El trabajo de Hodge presenta algunas fisuras que impactan en el saldo final pero Boyle se encarga de compensarlo con un montaje frenético, una puesta de cámaras sensacional y una musicalización al palo gentileza de Rick Smith (integrante del grupo de música electrónica Underworld).
Durante el robo de un cuadro de Goya el subastador de obras de arte Simon (James McAvoy) recibe de su cómplice Franck (Vincent Cassel) un golpe en la cabeza por el que luego es incapaz de recordar dónde escondió la pintura. Tras recuperarse de las heridas y ser dado de alta en el hospital Simon es severamente interrogado por Franck y sus compinches sobre el paradero de la millonaria pintura. Simon insiste en desconocer dónde la guardó. Ante una situación tan insólita Franck piensa en una solución atípica: recurrir a la hipnoterapia. Entra en escena la terapeuta Elizabeth Lamb (la impactante Rosario Dawson, ningún corderito ella) que muy rápidamente detecta que hay algo más allá de una simple consulta de un paciente común y decide involucrarse pese al peligro que representan Franck y sus colegas. Como es moneda corriente en el policial negro nada es lo que parece y la historia se asemeja a una matrioska, la muñeca rusa que alberga a otras tantas en su interior. Cuando llegamos al tercer acto del filme son tantos los cambios obrados en la línea argumental y en los personajes que la verosimilitud tambalea. Si no cae es gracias al talento de Danny Boyle que le pone una fuerza tremenda al clímax y, bueno es mencionarlo, también al compromiso de los actores que han dejado todo para que el espectador no se quede afuera de este thriller intrincado y quizás con fallas pero a la altura de un creador que ya está entre los mejores de su generación.