Las prácticas conocidas como «caer en trance» o «entrar en trance» describen a un mecanismo psicológico en el que el sujeto se abandona a ciertas condiciones, externas o internas, y experimenta un estado de conciencia disímil.
Los estados de trance son acompañados siempre por modificaciones cenestésicas y neurovegetativas.
Definido el término, ya que parece importante desde el titulo, desenmarañemos el texto audiovisual que nos compete.
El problema principal del último filme del mismo director de “Trainspoitting” (1996,) y ganador del Oscar por “Slumdog Millonaire. ¿Quién quiere ser millonario?” (2006), es que parece haber confiado demasiado en su habilidad para narrar.
Dicho esto y aclarando, el filme se torna aburrido pues en principio el realizador no se toma el tiempo suficiente para instalar el verosímil, para luego contar o engañarnos con la historia. Ello se centra en el robo de una obra de arte durante una subasta, en la que el encargado de su custodia, luego de esconderla, recibe un golpe en la cabeza por parte del ladrón y se instala la amnesia, necesaria para incorporar al último personaje del trío protagónico, una terapeuta que utilizará la hipnoterapia, (dejada de lado por Freud a fines del siglo XIX, ya bastante en desuso en el mundo entero, salvo algunos seguidores del Dr. Erickson), para descubrir el paradero de la pintura.
De ahí en adelante una cantidad de giros narrativos, cambios de punto de vista, alteraciones temporales, todo excesivamente forzado como para terminar siendo creíble.
Protegido con una postura estética que intenta desenterrar los dobleces y las profundidades de la mente humana y su triada constitutiva, el inconciente, el preconciente y el conciente, pone en el centro de atención en la acción del trío intentando engañar al espectador, pero sólo consigue confundirlo durante largos periodos de la proyección.
El efecto termina por ser artificioso y inmoderadamente introducido como para sustentar un suspenso hasta el desenlace, cuestión que no logra en ningún momento en donde quieren hacer creer que todo es apariencia, nada real. Para eso recurre a cambios abruptos de los puntos de vista, hasta se podría decir de narradores
El filme poseía todos los dispositivos para transformarse en un gran thriller, pero sólo queda muy confusamente que hay un sujeto amnésico, un ladrón que quiere “recuperar” el botín, y una “terapeuta” que termina, o no, teniendo otro tipo de relación con el paciente.
Habría que reconocerle que atrapa en el primer tercio del relato, ello a partir de la elocuencia y del montaje de las imágenes, y porque la estructura narrativa de Boyle hacen de esa secuencia del asalto que se transforme en lo que más se disfruta. Por más que recurra como siempre a una puesta en escena abarrotada de elementos, abuso del color y la luz de manera efectista, un montaje acorde a la velocidad de las acciones, el método pertenezca a otro género, y los baches que entierran toda lógica constructiva del relato.