SER OTRO NO ES GRATIS
Al comienzo, uno agradece que por una vez Adam Sandler deje de ser el tonto de siempre, el que larga chistes estúpidos, el que no se lleva bien con el sistema, el que anda siempre orillando el borde más tonto. Aquí es Max, un zapatero de barrio que descubre que una vieja máquina remendona que le dejó su padre le permite cambiar su apariencia y ser como uno de los clientes con tan solo calzarse los zapatos que le han dejado para arreglar. La cosa empieza como una comedia costumbrista y con un Sandler mesurado y calmo. Pero la ilusión dura poco: la trama vecinal deja su lugar a una mezcla de policial con pinceladas románticas y algún mensaje cursi y aguado. El filme nos dice que ser otro es una tentación pero también un riesgo. Pero ni los malandras ni ese padre que vuelve del fondo del tiempo ni algunas viñetas supuestamente graciosas, alcanzan. Un fiasco, de punta a punta que ya tuvo su merecido: el público en todo el mundo le ha dado la espalda. Sandler a esta altura debería elegir con más cuidado. Sus últimas apariciones han sido pocos felices.