Pronóstico reservado para el drama médico
El filme aborda en tono melodramático la historia de un médico rural de la campiña francesa.
A esta película la bautizaron En un lugar de Francia, pero su nombre legítimo es Médico de campiña. Quién sabe qué buscan los genios del marketing con esta vaguedad geográfica, cuando su traducción fiel, al menos, orienta al espectador y le evita morder el anzuelo de un idilio turístico.
En un lugar de Francia narra las desventuras de un médico rural muy devoto, muy ético, muy incansable, pero que tiene cáncer. Terrible, cómo Dios permite tamaña injusticia. Otro médico encargado de hacerle la quimioterapia le envía, sin previo aviso, a una médica inexperta, pero dulce y bella, para que lo asista y quizás lo reemplace cuando estire la pata. Y listo, los elementos del melodrama están sobre el quirófano para una cirugía de rutina: el médico rural se enoja con su aprendiz, se niega a declararse moribundo y nace una feliz tensión sexual.
El decorado para esta disputa de egos matriculados es un pueblito con sus pacientes. Pasmoso vademécum de lugares comunes, tenemos al anciano moribundo con su perro fiel, al loco lindo, a la loca mala, a la embarazada que sufre violencia de género, al hipocondríaco, al intendente que se corta con una moladora, etcétera.
La sucesión de escenas padece cierta arritmia, los climas no son bien transferidos y cuando se apela a un tono amable de comedia, aún conservamos en la retina el plano detalle de una sutura sangrante.
Su director, Thomas Lilti, ya incursionó en la sitcom medicinal con su filme Hipócrates (2014). Notamos un conocimiento genuino en la materia: cada diagnóstico, consulta o emergencia, está filmada con verosimilitud, bajo una cámara discreta. La dupla actoral internaliza el oficio, lo ejecuta con naturalidad, pero allí también se esconde el quiste dramático: obsesionado por retratar una vocación, Thomas Lilti descuida el matiz humano. Los protagonistas logran ser médicos creíbles pero como personajes, tristes profilaxis.
El desenlace es precipitado, con golpes bajos, pequeños milagros, más golpes bajos y demasiado paisaje bucólico al son de una música sin criterio, a veces rústica y otras, electrónica (?).
No todo tira en contra; a lo largo de esta narrativa emocionalmente constreñida, una secuencia nos deja al borde de la parálisis cerebral: en el pueblo hacen un festival de música country y los paisanos se disfrazan de cowboys, asan barbacoa, zapatean con espuelas y giran enganchados de los brazos. God Bless French Countryside.