Un drama moral en clave nórdica
Enmascarando su relato con las vestiduras de una tradición de la que es heredera, Bier realiza una fábula apropiada al paladar de la industria estadounidense.
En la mejor tradición cinematográfica de los países nórdicos, tanto entre los suecos de Sjöberg a Moodysson, pasando por el insoslayable Bergman, como entre los daneses desde Dreyer a von Trier o Vinterberg, el discurso moral es central. En muchos casos el mismo se desarrolla en el espacio rural, donde lo bucólico juega un rol esencial en la configuración de los personajes, los temas, incluso en cierta asimilación de la idea de lo divino. Enfáticamente esta tradición omite la cuestión valorativa sobre los personajes, para promover la reflexión, la contradicción, el pensamiento crítico sobre tales cuestiones.
Susanne Bier, realizadora de esta película ganadora del último Oscar a la mejor película extranjera, se apropia de tal tradición para reconvertirla al melodrama, cuya tendencia a sacudir emocionalmente al espectador elimina todas las cualidades críticas, presentes en aquellas filmografías. La reflexión moral está muy lejos de las apelaciones al llanto y la compasión.
Aquí la relación de dos estudiantes secundarios, en un contexto de una violencia ocultada, naturalizada, produce un estallido cuando ni las familias ni el ámbito educativo pueden contenerlos. Pero la violencia escolar y social, dada por el tradicional abuso del más fuerte, parece ser la clave de las relaciones humanas en su totalidad, no solo en ese espacio. El padre de uno de ellos es médico, y viaja periódicamente hacia África para atender pacientes refugiados. Allí la violencia es patente, pero también está naturalizada. Como si las relaciones y las respuestas se repitieran especularmente, el doctor es espectador y partícipe involuntario de estas prácticas abusivas. Christian, el más decidido de los jóvenes, reaccionará ante la violencia, y su tímido compañero lo asistirá en una espiral que solo conducirá a la tragedia. Poniendo la duda y la culpa en el centro de la cuestión, el médico reaccionará reflexivamente en el contexto danés, mientras que frente al sometimiento en el campamento de refugiados, la respuesta puede ser otra. En medio de estas cuestiones, la(s) familia(s) aparece(n) como una variable determinante, sobre la cual Bier parece tener una mirada marcadamente conservadora.
La realizadora lleva el relato hacia ese desbarrancamiento narrativo. Aun cuando comienza replicando el modo distante, agudo, observador sobre las situaciones, a poco de desatada la trama, agudiza formalmente todos los recursos para activar lo emotivo por sobre lo racional. En relación con la enfermedad y la pobreza, lejos de la reflexión moral sobre las condiciones de producción de la misma, elige poner en escena el dolor personal, la infección, el padecimiento. La música incidental, es aplicada en el peor formato para resaltar el dramatismo de las situaciones. Los hechos y el modo de narrarlos sobre el final, profundizan aun más esta elección estética. La angustia, cuando corroe el alma, impide todo modo de pensamiento moral.
Es así que, enmascarando su relato con las vestiduras de una tradición de la que es mala heredera, Bier realiza una fábula apropiada al paladar de la industria estadounidense. No en vano se hizo acreedora a su mayor premio.