A los bifes no se enseña la paz
El Oscar que recibió En un mundo mejor como mejor película extranjera podría considerarse como otra cumbre alcanzada por una generación de directores que espero sea considerada una gran mancha en el cine danés, conforme pase algo de tiempo. Susanne Bier será contemporánea a colegas de su país, involucrados en la filosofía del Dogma 95 o en otros proyectos con altas cuotas de delirio, pero ciertamente ha logrado macerar sus películas, evitar los escándalos gratuitos y lograr los premios mayores (sumando un Globo de Oro), mientras sus contemporáneos se repitieron en la fórmula de un shock constante al espectador que los terminó perjudicando, sea por la imposibilidad de filmar sin un látigo constante sobre los personajes, o en el caso de Lars von Trier, por surgir con la grandilocuente idea de sentir algo de empatía por Adolf Hitler, en la última edición del festival de Cannes.
En un mundo mejor, Bier no se priva de tensar cada detalle de las situaciones al máximo punto de la miseria humana posible; no quedan heridas abiertas e infecciones sin ponchar, palabras dolorosas que decir o conflictos sin desarrollar. Pareciera que el sendero desde la caverna underground del Dogma 95 al brillo y las luces de un Oscar consistiera apenas en poner la cámara en el trípode, embellecer la fotografía, cargar de dramatismo a las actuaciones y montar las secuencias de la manera más agradable a los ojos posible.
Las situaciones que los personajes atraviesan en África o Dinamarca (y en el caso de Anton en ambas locaciones) giran alrededor de la insistente y errada idea que el cerebro humano pergeña cuando una mano fuerte aplasta a una más débil, por medio de la violencia: que una tercera mano aún más fuerte debería aplastar a la primera, y a través de la misma violencia. Anton quiere convencer a su hijo Elias, en Dinamarca, de que responder con fuego al fuego sólo ayuda a mantener una escalada, sin resolver el conflicto. Su trabajo lo va a depositar periódicamente en una aldea africana, donde se encontrará curando al estandarte mafioso que es el origen de horrendas -y gráficas- intervenciones a mujeres abusadas y mutiladas que llegan continuamente a su puesto sanitario. Durante estos intervalos laborales es que Elias sucumbe ante la influencia de Christian, el único compañero de la escuela que le demuestra respeto pero que lo termina introduciendo en el mal negocio de la venganza, contra un chico del colegio y contra el mecánico que increpa continuamente al pacífico Anton. La ruptura traumática del matrimonio de Anton y Marianne, más la aquejada relación entre Christian y su padre se agregan a un panorama muy complejo que no se resuelve sino después de que los chicos llegan hasta las últimas consecuencias.
Hay que reconocer que, entre todos sus defectos, En un mundo mejor no se tienta en ningún momento a respaldar el revanchismo que proponen Elias y Christian, y mantiene intactas las dosis de nobleza y solidaridad humanas que desaparecían misteriosamente en las películas del Dogma. Quizá se trate del primer mensaje más o menos sano que el cine danés haya querido dar en varios años, y sin embargo la película intenta transmitirlo con las escenas más bajas y dolorosas que puedan imaginarse, sin dar lugar a ninguna sutileza u omisión que inviten a una reflexión más activa del otro lado de la pantalla. Enseñar a enfrentar pacíficamente las agresiones por medio del impacto más crudo no parece ser una buena pedagogía.