El dolor que preña la violencia
No en vano la celebrada Susanne Bier ("Hermanos", "Cosas que perdimos en el fuego") ganó el Oscar a mejor película extranjera con este drama; es difícil poner en pie de comparación un trabajo argumental y escénico como el de esta directora danesa, que ya viene ofreciendo trabajos de altísimo vuelo con historias modestas, y tiene varias incursiones exitosas, y merecidas, en festivales internacionales.
Sin embargo, hay algunos detalles nada menores que contribuyen a un cierto menoscabo de la propuesta: las situaciones de contraste y reflexión forzados , la interpelación moral al espectador, algunos momentos de falsa empatía entre los protagonistas hacen que uno se pregunte, inevitablemente, ¿qué fue de la sutileza de ciertos climas presentes en "Hermanos", por ejemplo?
A la solidaridad y candor del tercer mundo en el que Anton se brinda como profesional y como ser humano, se opone la violencia del primer mundo donde su mujer y su hijo viven, en apariencia, una existencia ideal. Buena educación, buena casa y buenas intenciones no alcanzan para frenar la gestación de un drama tan humano como íntimo: las pérdidas, los rencores, el dolor interno que desgarra y lleva a provocar el dolor en otros. Como metáfora cruda y bien filmada de la violencia, "En un mundo mejor" puede postularse como digno referente cinematográfico. Como historia de trasfondo moral, se queda un poco corta.
Por suerte, están los chicos (William Jehnk Nielsen en la piel de Christian y Markus Rygaard como el arquetípico adolescente que se esfuerza por un ideal de ser humano, proyectado en su padre) que salvan cualquier oposición y se roban la historia por mérito propio.