Entre la utopía y la cruda verdad
Oscar al mejor Filme extranjero, sobre perdón y venganza.
No soporto a la gente que se da por vencida”, le espeta sin anestesia -como cada vez que le habla a su padre- el preadolescente Christian a Claus. Christian no aguanta unas cuántas cosas más, como el maltrato a los indefensos, el engaño, la falta de actitud antes las afrentas, todos temas que En un mundo mejor va tomando y mostrando en distintos ámbitos, familiares y hasta geográficos.
La nueva película de Susanne Bier ( Corazones abiertos , Hermanos ) tiene muchos personajes, presentados como distintas caras de una misma realidad. La mirada de la danesa siempre ha sido entre develadora y cínica ante sus criaturas, que suelen ser infieles o cobardes, apasionados o cegados por algo que los seduzca sin conocer límites. Claus y Christian regresan a Dinamarca luego de la muerte de la madre de la familia. En su nuevo colegio, Christian poco menos que socorre a Elias, hijo de padres separados por razones que ya se sabrán, del abuso de algún bravucón.
Bier apela al montaje paralelo en su narración, ya que el padre de Elias es un médico que trabaja en un campo de refugiados en Africam, donde cura y salva la vida -entre otras cosas- de las atrocidades que realiza un hombre poderoso. Así, las fronteras entre un mundo y otro prácticamente desaparecen, cuando el deseo de venganza y la necesidad de reparación aúne las historias.
El cine danés, con Lars von Trier ( Contra viento y marea ) y Thomas Vinterberg ( La celebración ) a la cabeza en los ’90, dio a luz a Bier, cuyo cine siempre lució más refinado e igualmente perverso. Aquí si no hay un regodeo sobre vicios y depravaciones varias, sí hay un desenfreno en las conductas, aún en aquéllos que se presentan como más medidos o hasta cerebrales.
Pero el espectador llegado un momento puede preguntarse: ¿cuál es la postura de Bier? Y allí reside la esencia, el fondo de la cuestión. La venganza puede tomar formas terribles, y más aún si es un menor el que la planea con aterradora frialdad.
Como siempre, las actuaciones son el plato fuerte del banquete tremendo que suele ofrecer Bier. Tryne Dirholm y Mikael Persbrandt, los padres de Elias, llevan soberbiamente adelante las acciones, lo mismo que los jóvenes.
No darse por vencido es lo que anima a Christian. Pero es joven y, aunque ha vivido pérdidas, le queda mucho más por vivir. Allí, en esos diálogos entre él y Elias, habría que buscar el sentido que la realizadora le encuentra a unas historias en las que el perdón, a veces, no llega, o suena a rendición.