EL HUMANISMO DE LOS RICOS
Una película por momentos siniestra, que tiene sus defensores y cuyo prestigio ganado por un Oscar es precisamente el que merece.
No resulta sencillo filmar los buenos sentimientos cuando se postulan como antídoto de la crueldad y lo siniestro de nuestro mundo. Un cineasta frente a la miseria, listo para capturar con un movimiento de cámara la desesperación social, decidido de buena fe a convertir su lente en dedo acusador y en megáfono de injusticias variopintas, no garantiza buen cine. Los grandes temas pocas veces se traducen en una puesta en escena a la altura de las circunstancias. ¿Cómo filmar los derechos, la maldad y el consuelo?
No como lo ha hecho Susanne Bier, la reconocida directora danesa, que ahora sí tiene el beneplácito de Hollywood. Una regla: filma la miseria global, dótala de ternura humanista y ganarás un Oscar (a mejor película extranjera). En un mundo mejor encierra todas las trampas filosóficas y estéticas de las buenas conciencias: abyección abstracta, violencia social despolitizada, reconciliaciones familiares matizadas por un existencialismo afectado, bella fotografía, ampulosa y orgullosamente bella, territorios exóticos, héroes blancos y mucha World Music.
En menos de 20 planos se explicita una estética y una ética. Es un comienzo sin tapujos: los paisajes de Kenia, un puesto médico en el medio de la nada, la pobreza omnipresente y cientos de niños corriendo una camioneta (la misma escena se repetirá, al final, aunque en un ralentí digno de cebras y flamencos). Ha llegado el hombre blanco y, además de traer medicina y ciencia, arroja una pelota a la arrebatada horda infantil, que la pateará sin ningún concepto del juego. No hay dudas de que Anton es un buen hombre, como su hijo, Elias, que vive con su madre y lo espera en Dinamarca, y que, como su padre, parece militar en la no violencia, a pesar de que en su escuela no falten patoteros dispuestos a amasijarlo a cada rato.
De Kenia a Dinamarca, las distancias son inconmensurables, pero la violencia social y el machismo atraviesan ambas sociedades. En África, un líder se divierte punzando vientres de embarazadas; en Europa, las riñas juveniles en los colegios de pudientes incluyen armas (blancas). Además, Elías conocerá a un niño rico, Christian, nuevo alumno de su escuela, proveniente de Inglaterra, aún de duelo por la muerte de su madre y en total incomunicación con su padre. En algún momento, la madre de Elias lo tratará de psicópata, y ambos adolescentes hasta pueden ser futuros terroristas. Y habrá más: un intento de suicido y un linchamiento efectivo.
La perspectiva es condescendiente. Los africanos apenas tienen rostro y discurso, y su violencia es primitiva. Los blancos, por otro lado, pueden ser violentos y víctimas de la sobreabundancia, pero saben bien cómo conjurarla y apuestan a la ayuda humanitaria. Es una evidencia sin derecho a réplica: los caucásicos son oblicuamente superiores.
Secreta fantasía neocolonialista, En un mundo mejor es acaso un analgésico simbólico para aliviar las inconfesables asimetrías entre dos mundos y olvidar los hilos históricos que los unen.