Dos almas en pena
Lo que empieza como comedia costumbrista termina muy cerca del melodrama lacrimógeno en En un patio de París, el más reciente trabajo del inclasificable e irregular director Pierre Salvadori. Se trata de un film desconcertante (para bien y para mal) que parece vendernos algo de entrada para luego darnos algo bastante distinto a lo prometido.
Gustave Kervern (sí, el codirector con Benoît Delépine de varias joyas del humor negro francés) interpreta a Antoine, un músico que en plena gira abandona los escenarios con ataques de pánico, angustia y depresión. El artista terminará como portero de una suerte de conventillo en cuyo quinto piso vive Mathilde (la enorme, interminable Catherine Deneuve), una mujer que se dedica al voluntariado pero cuya sanidad mental es aún peor que la del encargado recién llegado, al punto de que su marido (Féodor Atkine) piensa en internarla.
Las cosas arrancan mal entre Antoine y Mathilde (¡ella le arroja ciruelas desde su departamento mientras él derrocha agua jugando como un niño con la manguera!), pero poco a poco estas dos verdaderas almas en pena, estos personajes decididamente borderline, irán conectando, estableciendo lazos de amistad en medio de sus traumas y sus coqueteos con la locura.
Es sobre todo la convicción con que los protagonistas sostienen las situaciones (varias de ellas bastante ridículas) lo que hace que En un patio de París no se derrumbe por completo en un grotesco obvio y ramplón. Por ellos y por cierta deformidad en las vueltas de tuerca finales, la película se convierte en una rareza que incomodará a algunos y emocionará a otros. Hay sorpresas…