El encanto del erizo
Film atravesado y sostenido por sus personajes, tanto principales como secundarios, y no tanto por el desarrollo de una historia que atrape, ni siquiera por estar en presencia de algún conflicto que genere la atención.
El director elige hacer peso en la interrelación de sus personajes, con algunas cuestiones cotidianas, mientras que cada uno de ellos está construido desde su interior más profundo planteándolos como que se encuentran en etapas diferentes y en pos de vivenciar los opuestos.
De ahí el tono de comedia que le imprime el realizador, un tono que nunca deja de lado la parte trágica vista de cerca, poniéndole distancia para efectivizarse en la comedia.
La historia nos hace presenciar la vida en un peculiar edificio de vecinos de París donde cada uno es diferente a los demás: un traficante de drogas que roba bicicletas y las almacena en el patio común, un vecino con trastorno obsesivo compulsivo que no puede lidiar con el desorden.
Antoine (Gustave Kervern) es un músico que a los 40 años entra en una crisis existencial, abandona todo su mundo y se presenta para ejercer como el nuevo conserje que llega a un edificio a punto de desmoronarse, lo mismo que él.
Entre los nuevos inquilinos que conoce se encuentra Mathilde (Catherine Deneuve), una agradable señora que acaba de jubilarse y todavía tiene que acostumbrarse a su nueva rutina. Entre los dos surge una buena relación desde el primer momento, y convierten las conversaciones en el patio en su terapia particular.
Trabajada a buen ritmo, bien aceitado, pero que termina reposando en los hombros, y en todo el cuerpo de posibilidades expresivas de los actores.
Se construye, sobre todo en la dinámica del dúo antagonista integrado por el encargado, ese hombre inescrutable, deprimente e insensible en apariencia, y la extravagante, vanidosa también en apariencia, pero extremadamente bondadosa propietaria.
Una tragicomedia en formato fílmico, sin demasiadas pretensiones ni búsquedas estéticas, que incita constantemente a deliberar sobre la importancia de los otros, a escudriñar sobre las soledades, los miedos sin compartir y la vida en general.