Amigos en las malas.
En un patio de París, Catherine Deneuve interpreta a una mujer jubilada que conoce a un cantante en retirada.
Un derrotado está menos derrotado si tiene un amigo. Esa es la relación que une a Mathilde (Catherine Deneuve) y Antoine (Gustave Kervern), en el filme En un patio de París, del director Pierre Salvadori.
Ella es una recién jubilada que se siente extraña en su nueva vida y se obsesiona con una grieta que cruza la pared de su casa, él es un cantante que decide no volver a subirse al escenario y acaba siendo el portero de un edificio poblado de seres extraños. Ninguno de los dos puede dormir de noche y rápidamente empatizan por su condición de desahuciados.
La cinta es efectiva porque muestra un descenso del estado de ánimo casi sin acudir a historias clínicas ni revisión de prontuarios. Tampoco hay cumbres de euforia ni valles dramáticos. Ahí están ese hombre y esa mujer mayor, caminando juntos por la delgada medianera que separa la cordura de la locura, atravesando momentos oscuros y de luminosa ternura, buscándose el uno al otro en una pequeña geografía abúlica.
En un patio de París no es una película absolutamente nihilista ni descaradamente esperanzadora, es más bien una pequeña historia (o dos) sobre gente insómnica que no puede ser indiferente a la luz que se prende en la ventana del frente.