No desearás la mujer de tu prójimo
A los pocos minutos de iniciada Enamorado de mi mujer (Amoureux de ma femme, 2018), de y con Daniel Auteuil, las reglas de este vodevil quedan establecidas para el espectador, quien deberá asumir una posición frente a la propuesta, que rápidamente vuelve su gracia en un artificio aburrido y desalentador.
Daniel (Daniel Auteuil) es un editor que se encuentra tras mucho tiempo con Patrick (Gerard Depardieu) un viejo amigo, separado y con nueva pareja Emma (Adriana Ugarte), una joven española, ardiente, fogosa, que le ha devuelto las ganas de avanzar en su carrera y en su estilo de vida. Daniel organiza una cena con ellos y su mujer Isabelle (Sandrine Kiberlain), quienes transitarán la comida entre dos puntos, uno onírico y otro real, en una suerte de “liberación de pensamientos” que transformará al protagonista en una suerte de demonio a punto de liberarse y evidenciar sus verdaderas intenciones con Emma.
Adaptando la pieza teatral L'envers du décor de Florian Zeller, conocida aquí como Sin Filtro con Carola Reyna y Gabriel Goity, la propuesta con una puesta -valga la redundancia- teatral, comienza a desinflarse promediando la duración, al revelarse el mecanismo con el que se expresa el deseo de Daniel por Emma, multiplicando gags recurrentes.
Daniel Auteuil logra que su personaje se despegue de anteriores producciones en las que le ha tocado llevar adelante la narración, pero pierde su magia interpretativa al hiperbolizar el mecanismo que impulsa la progresión dramática del relato.
Aquello que en la obra se presentaba como “el revés” de la escena, aquí se pierde, y de hecho el protagonismo de Isabelle queda en un segundo plano al potenciar la dupla del deseante y el objeto de deseo, siempre al borde de ser descubierto en sus misóginos pensamientos.
En tiempos de deconstrucción y cambio de paradigma, una película como Enamorado de mi mujer, lamentablemente no logra acomodar su “gracia” y se muestra de una manera que no genera ni siquiera sonrisas, sumando una crítica al matrimonio que podría haber guionado Hugo Moser.
A pesar del esfuerzo de sus protagonistas, de los loables cambios de narración para diferenciarse de la obra en la que se basa, y de su ajustado mecanismo de precisión para presentar los gags, las corridas, y las idas tras la puesta, Enamorado de mi mujer no logra imponer su discurso y mucho menos su anacrónico humor.