Pleasure, little treasure
Tengo que admitir que la tarde que fui a ver Enamorándome de mi ex el calor era insoportable y el solo hecho de sentarme en la sala de cine medio vacía y con aire acondicionado me predispuso muy bien a ver la película. Aclaro esto porque creo que la última película de Nancy Meyers tiene mucho de ese hedonismo (como puede ser disfrutar sola de una película un día se semana a la tarde). No sólo por el placer de ver esas casas hermosas con cocinas hermosas de los suburbios norteamericanos, o por las suculentas comidas que prepara Meryl Streep (parece que fue un año culinario para la actriz), sino porque el trío que compone con Steve Martin y Alec Baldwin tiene una vitalidad que llena cada una de las escenas que comparten.
Tanto es así que a diferencia de las películas en las que el foco está puesto en los adolescentes y se muestra a los padres como seres incapaces de entender el mundo en el que se mueven sus hijos (Adventureland por ejemplo), acá son los hijos los que parecen no estar al tanto de que los padres tienen una vida más allá de preparar comidas y prestar tarjetas de crédito, aunque hay una excepción y es el marido de la hija mayor, presente en los momentos menos oportunos y responsable de las situaciones de enredos más cómicas.
Entonces, el hecho de que los protagonistas esta vez y para variar sean personas de más de 50 años que ya vivieron mal que mal su vida y que eligen seguir probando y viendo qué es lo que quieren, no es menor. Lo lindo de la película es que vemos a tres personas enamorarse, sentir culpa, cometer infidelidades, comer y decepcionarse y no dan ganas de juzgarlos, sino más bien de seguir acompañándolos. La misma directora que años antes nos mostró un estereotipo de hombre entrado en años que no acepta la edad que tiene y se comporta como un chico de 20 (Jack Nicholson en Alguien tiene que ceder), ahora crea tres personajes queribles y capaces de disfrutar su vida y de aceptar el paso del tiempo, sobre todo Jane (Meryl Streep) que es la primera en ser consciente de que no se puede recrear lo que ya se vivió, mientras que sí se puede elegir lo que viene. Y aunque quizás el disfrute de los personajes no sea una virtud en sí misma, el hecho de que a ese disfrute lo podamos sentir sí lo es.
La escena en que Jane y Adam (Steve Martin), después de una noche de fiesta y de fumarse un porro por primera vez luego de 27 años, van a una de las franquicias de confitería de Jane y preparan croissants rellenos con chocolate, es comparable a la escena de Ponyo en que la mamá les prepara a los nenes el té con miel y podemos sentir el asombro de Ponyo al descubrir el placer de algo nuevo mientras revuelve su taza. Ahora vemos que ese disfrute no es privativo de la infancia, tenemos a dos adultos listos para redescubrir que en ese té o en eso croissants también está el placer de la vida.