La vida después del divorcio
Alguna vez, Adam McKay, el director de El reportero y La balada de Ricky Bobby, declaró que la comedia es uno de los géneros más difíciles de lograr ya que debe provocar una reacción física (es decir, la risa), en el espectador. Al mismo tiempo, es un género subvalorado, quizás descalificado por su -supuesta- levedad. Pese a esto, de vez en cuando algunas comedias alcanzan un prestigio cuya explicación no puede encontrarse en los propios películas. Este es el caso de Lo que ellas quieren (2000) y Alguien tiene que ceder (2003), ambas con guión, producción y dirección de Nancy Meyers. Sus películas se caracterizan por girar en torno a preguntas dignas de la Cosmopolitan (“¿será posible enamorarse en la tercera edad?”, “¿qué pasaría si los hombres realmente nos entendieran?”, etc.), sus personajes son gente sin problemas de dinero y con familia numerosa, la duración de los films nunca es menor a dos horas y tienen una mirada supuestamente progresista que, a medida que avanza el relato, revela su conservadurismo (para mayor referencia veáse el final de Alguien tiene que ceder).
En Enamorándome de mi ex se dan todos los clisés de Meyers: Jane Adler (Meryl Streep), una mujer divorciada y madre de tres hijos, tiene un affaire con su ex-marido, Jake (Alec Baldwin), quien la dejó hace diez años y ahora está casado con una mujer mucho más joven. Por ahí anda revoloteando también Adam (un Steve Martín apagadísimo), el arquitecto de Jane. El guión es de una precariedad absoluta, a tal punto el grado de estupidez de los personajes varía de alto a muy alto acorde a la necesidad de la trama. Todo conflicto es puesto en palabras, exclamado y discutido varias veces, cómo si la película hubiese sido pensada para que uno pudiese salir de la sala, volver a los diez minutos y seguir mirándola sin problemas. Su nominación al Globo de Oro -y la de Streep, que cumple en piloto automático- es un misterio en busca de su detective. Para colmo, Enamorándome de mi ex tiene un trabajo fotográfico chato, digno de un mal programa de televisión, que no ayuda a disimular los enormes baches del relato, ni su extensión.
La mirada reaccionaria de Meyers sobre la mujer aparece, como todo, mucho más marcada: Jane no sólo es incapaz de decidir sobre su vida sexual y/o sentimental (eso lo hacen por ella los hombres), sino que más que disfrutar del sexo, disfruta de contárselo a sus amigas, en secuencias cuyo nivel de misoginia hay que ver para creer. Sí bien con algo de esfuerzo podían encontrarse uno o dos gags efectivos en sus películas anteriores, aquí no hay nada de gracia, ni timing, ni sentido del ritmo, nada...bueno, en realidad casi nada. Porque hay alguien que se salva del desastre y que, al menos durante las minutos que está en pantalla, hace que la película tenga cierto interés: Alec Baldwin, un actor de primera, puro carisma. Aunque no está al nivel de la serie 30 Rock, le bastan un puñado de morisquetas para confirmar su condición de comediante nato, de esos que pueden dar una sonrisa contra toda adversidad (por adversidad en este caso se entiende todo el resto de la película). Pero más allá del enorme trabajo del enorme Baldwin, Enamorándome de mi ex es una película mediocre. Incluso para la filmografía de Meyers.