Los caminos de la chipadelia
Hay algo contradictorio en intentar definir la música de un artista que no hace género. Es contradictorio porque se trata, a fin de cuentas, de identificar rasgos de fórmulas conocidas en una obra que intenta ser diferente. De Los Síquicos Litoraleños se dice que hacen “chamamé futurista” y se los compara tanto con Captain Beefheart como con The Residents y Tránsito Cocomarola. Esas referencias marcan dos extremos de los que puede deducirse un evidente vínculo con el chamamé como marca de su tierra de origen, Curuzú Cuatiá, y un espíritu experimental relacionado con el carácter amorfo y caótico de sus canciones. En un momento, Los Síquicos Litoraleños llegaron a ser catalogados como “Pink Floyd para pobres” pero la mejor definición de su música fue acuñada por ellos mismos mediante una palabra que resume su linaje y su ambición artística en un nuevo género: la chipadelia.
En 2005 tocaron por primera vez en Buenos Aires y en ese show estuvo presente Alejandro Gallo Bermúdez, que quedó tan encantado por ellos que decidió seguirlos, cámara en mano, en la gira que hicieron por Europa algunos años después. Encandilan Luces, viaje psicotrópico con Los Síquicos Litoraleños, ópera prima de Gallo Bermúdez, es el resultado de esa fascinación a primera vista: un documental que reúne la historia errática de esta banda desde su mito de origen, que incluye platos voladores y hongos alucinógenos, hasta perseguir el rastro que dejó en otros artistas de su zona (que en algunos casos directamente se apropiaron de sus temas) a través de testimonios y imágenes de archivo que sintonizan el ritmo alucinado de la música.
En el documental aparecen registros de performances tomados a lo largo de los últimos quince años, una mezcla de diferentes texturas de video entrelazadas con animaciones impulsadas por el flash, donde Los Síquicos Litoraleños están disfrazados como una de esas bandas infantiles que los padres llevan a ver a sus hijos en vacaciones de invierno. No importa si están tocando en su Corrientes natal o en Amsterdam: su música y su presencia siempre irrumpen como algo extraño. Son extraños en su tierra, rompiendo la calma del pueblo; son extraños en el exterior tocando para europeos que apenas pueden pronunciar el nombre del grupo.
Buscando a Reynols, la película de Néstor Frenkel, es un antecedente inevitable a la hora de pensar Encandilan Luces. Primero por el tema del que se ocupa: una banda de rock que es una rareza, objeto de culto para coleccionistas, admirada por críticos y colegas, que crea su mitología por fuera del mainstream. También porque los testimonios (entre los que está Alan Courtis, miembro de Reynols) y el material de archivo aparecen organizados en capítulos; pero además porque Los Síquicos Litoraleños, como se desliza en el documental, estaban llamados a ser los nuevos Reynols.
Mientras otros robaban sus temas y lograban espacios en revistas y festivales, Los Síquicos Litoraleños mantuvieron el bajo perfil y su apego por Curuzú Cuatía. Hay algo que se expone en Encandilan Luces que tiene que ver con las elecciones artísticas, con qué cosas se negocian a la hora de hacer una carrera. Los Síquicos siempre fueron fieles a su tierra natal como si la tomaran como una responsable más de su obra, acaso conscientes de que era la proveedora de una de las razones de su locura; los hongos. Ajenos a todo lo que se dice sobre ellos, los miembros de la banda prefieren mantenerse en secreto. Apenas si les vemos las caras durante la película, y solo sabemos lo que piensan por algún fragmento de entrevista que aparece por ahí. Como dice el periodista Jorge Fernández: “es todo parte del misterio”.