Curuzú pop.
La palabra “chamamé” en nuestro país tiene algunos nombres y apellidos asociados como el de Antonio Tarragó Ros o El Chango Spasiuk, ambos de estilos diferentes, el primero quizás más encumbrado al tradicionalismo del folclore, mientras que el otro con mucho más vuelo en lo que a mezclas y mixturas de ritmos se refiere. Sin embargo, nada se conoce de la escena musical de Curuzú Cuatiá, Corrientes, donde nuevas camadas de jóvenes han logrado manipular diferentes texturas musicales con una pequeña base del chamamé en el torbellino de otros sonidos y ritmos más arraigados con el rock que con el propio folclore. Pero el caso de Los Síquicos Litoraleños es único e inimitable. En primer lugar se trata de un grupo de amigos músicos, quienes además experimentan con su música, elaboran programas de radio con un estilo que los acerca -en algún sentido- a los lenguajes de Peter Capusotto y sus videos (no por nada aparecieron en un videoclip promocionado por el programa en los intervalos musicales entre sketch) y cierta idea de improvisar y ver hasta dónde se puede llegar con la música, sus disonancias y contrapuntos.
El realizador Alejandro Gallo Bermúdez se sumerge en un extraño documental de rock pero alejado de lo que comúnmente se denomina rockumental. Primero, seguir a la banda de Corrientes en una gira por países de Europa, invitados a partir de la difusión de su música desde internet para llamar la atención del under europeo y periférico, ganarse el mote Pink Floyd de los pobres, para ellos representa algo muy diferente a la convencional búsqueda de éxito de grupos de rock alternativo que recién comienzan y sueñan, entre otras cosas, con esas veleidades y oropeles que una parte importante de la cultura musical agranda a niveles de prestigio cuando desestiman por ejemplo la calidad del producto.
En esa gira por radios o pequeños festivales de música y antros europeos cuando los correntinos se suben al escenario y comienza ese chamamé cósmico y psicodélico generan tanta energía que desatan todo tipo de emoción en el público. La misma con la que el propio Gallo quedó eclipsado al verlos en 2005 en escena, totalmente desconocidos para él, aunque lo suficientemente hipnóticos como para aventurarse junto a ellos a este registro íntimo, caótico, anárquico y otros adjetivos calificativos a veces contradictorios, a veces complementarios.
Pero como reza el axioma de todo documental: debe existir un conflicto para que el relato genere un sentido y desde ese espacio aparece otro documental con la presencia de un nuevo “Salieri” para los improvisados herederos de Mozart. Cristian Osorio se llama el antagonista de esta historia psicochamánica, tal vez admirador o sencillamente plagiador de Los Síquicos Litoraleños. También de Curuzú Cuatiá y que supo introducir su música en el establishment de la música under argenta con el objetivo de ocupar espacios en suplementos jóvenes, revistas y televisión para sintetizar de manera contundente una fábula sobre el éxito y el precio de la autenticidad cuando de arte alternativo se trata.
El resultado más allá de los desniveles es sumamente atractivo, así como las ganas de saber algo más de esta rareza del NOA Argentino.