Encanto, el largometraje animado número 60 en la historia de los estudios Disney, entra inmediatamente por los ojos. La exuberancia de las imágenes, los colores y la vitalidad de los personajes le otorgan un marco visual casi irresistible a un relato que idealiza la vida de un pequeño poblado enclavado en la fértil región montañosa de Colombia.
La animación propiamente dicha también deslumbra nuestra vista. A esta altura no debería sorprender, de tan repetida, esta nueva demostración de talento de los mejores animadores digitales del planeta. Pero aquí no le podemos sacar los ojos de encima a todo lo que Encanto consigue cada vez que un personaje animado consigue una armonía perfecta, casi prodigiosa, entre los movimientos faciales y las voces originales.
Lo que en cambio provocará entre nosotros alguna perplejidad es la aplicación al relato del título elegido por Disney. Cuando usamos el término “encanto” siempre nos referimos a las características y atributos que nos agradan de una persona o una cosa. Aquí se utiliza como traducción de la palabra inglesa enchantment, que no es otra cosa que encantamiento, sortilegio, hechizo.
Encanto alude aquí al resultado de un pase de magia, el que envuelve la vida de la familia Madrigal después del sacrificio que uno de los personajes hizo en su juventud, allá lejos y hace tiempo, para salvar al resto. Su viuda, la imponente Abuela, se ocupa de mantener a lo largo del tiempo los beneficios de ese conjuro. Gracias a él, cada uno de los nuevos integrantes de la familia posee un don que se parece mucho a un superpoder.
En ese entorno aislado, amable y bucólico, los Madrigal funcionan como una curiosa mezcla entre los Eternals y los X-Men. Con una excepción: la inquieta y vivaz Maribel, a quien le pone voz en las copias habladas en inglés la argentina Stephanie Beatriz. Llevada por esa condición a una existencia más reconcentrada y menos alegre, Maribel busca todo el tiempo explicaciones. Quiere entender por qué le tocó un destino de sufrimiento.
Las encontrará en un momento a través de la oveja negra familiar, el primo Bruno, que de un día para el otro decidió tomar distancia del resto de los Madrigal. Entender lo que pasó con Bruno lleva a Maribel a poner en peligro el legado y la identidad familiar, planteada a través de las pegadizas y enérgicas canciones originales de Lin-Manuel Miranda.
Cuando las cosas se le complican a Maribel y a su familia, más todavía se complica la trama del relato. Nunca queda claro si los dones concedidos a estos personajes nacen de una gracia que los hace mejores o revelan una condición más cercana al egoísmo y la arrogancia. Este dilema nunca logra resolverse y la peripecia se encamina hacia un desenlace confuso, apenas disimulado por la luminosa energía del entorno. Antes de la película se exhibe el excelente corto animado Far for the Tree (Lejos del árbol), al que le alcanzan siete minutos para dejar en claro el sentido y las motivaciones de los personajes en una historia de aprendizajes y descubrimientos.